El cuerpo te deja de alcahuetear a los 30. Tal vez porque a esta edad se acaba realmente la adolescencia. La factura llega con una puntada ciega en alguna parte del cuerpo. La barriga ya es una compañera de viaje, por no llamarla copiloto. Toca aceptar el cuerpo desnudo frente al espejo. 1.73 m no es 1.75 m. Las canas son sexys y ahora te gustan mayores.  

Te divorcias definitivamente de Mc Donald’s, luego de que cayeras en los sobornos de los Mc Flurry. Hay que sacar de la dieta el azúcar y el chisme. Dos vicios adictivos. Y el café tiene una categoría aparte. 

A los 30 una parte del iceberg que flota en tu pecho se derrite y debajo del hielo late el corazón, como al fondo de una cava. Te vuelves más sensible. Lloras en un segundo si algo te conmueve. Ya el chico rudo se jubiló en bachillerato. Estar todo el tiempo a la defensiva activa alarmas donde no hay amenazas.  

A partir de los 30 hay que beber más agua porque aumentan los guayabos. Una vez lloré tanto que aproveché para pasar coleto. Somos 60% agua y el otro 40% son lágrimas que se evaporan frente a la computadora. Entrégate al llanto pero hidrátate. Compra una botella Minalba de litro y medio y evita el cálculo renal. 

A los 30 se asoman los dolores de espalda baja y nuevas mañas. Ser alcohólico los martes, jueves y viernes no es rentable ni para el bolsillo ni para el hígado. La líbido deja de hacer efervescencia. El yesquero seguirá prendiendo, pero con la mecha ajustada. 

La belleza es otra cosa. Vuelves a ver películas que no te gustaron y en esta oportunidad te dicen algo distinto. Los libros llegan en el momento indicado para darte respuestas, no importa que hayan tenido toda la vida llevando polvo en la biblioteca. Hay que salir a buscar esos estímulos para sentirnos despiertos.

Mantén el orden o entiende tu desorden. Doblar las sábanas, arreglar el clóset, acomodar el escritorio. Marie Kondo y el Arquitecto de Sueños siempre han tenido razón. 

De los 30 a los 31 muchos asuntos que estuve evadiendo se me pusieron de frente. Una emboscada de miedos que llegaron a la misma hora. Hay que aprender a respirar dentro del tornado. Respirar es lo primero y lo último que hacemos en la vida. Muchas veces después de la tormenta no viene la calma, sino otro palo de agua. Pero todo fluye. Así como lo bueno no es para siempre, lo malo tampoco. 

Hay que aprender a renunciar. Dejar ir esos recuerdos obsesivos que se guardan en la caja de los juguetes. Irse de las fiestas en las que sientes que sobras. Y de los trabajos que te han dado tanta comodidad, que te dejaron creativamente inmóvil, con el cerebro enyesado. Para que los cohetes sigan su rumbo al espacio, debe ir soltando partes, como el tuqueque es capaz de liberarse de su cola para salvarse. La deja ir sin drama. 

Escribe a tus amigos. Los de la universidad, los de la oficina, los que te conocen en traje con corbata o en franelilla y cholas. Toda esa gente tiene un pedazo de tu historia. En esos recuerdos hay una alegría instantánea. Por eso no nos cansamos de oír los cuentos repetidos a las 3:00 am en la sala donde nos sentábamos con una botella de ron y unos Platanitos para ponernos al día. 

A los 30 descubres las veces en las que te quedaste enfrascado en un pote de mayonesa. Mi intransigencia perdió músculo con el tiempo. La tapa se quitaba fácil.   

Dejé los antidepresivos hace rato ya. Siempre viene una pedrada directo al alma, pero el tiempo te enseña a atajar mejor, aunque nunca aprendas a jugar beisbol. 

Hagan sentadillas. A los 30 las nalgas bajan un piso. Principio de flacidez. Lo normal con tres décadas de fuerza de gravedad en la Tierra. Si estuviéramos en Venus la cosa sería distinta. Si aquí peso 72 kilos, allá estoy en 65 kilos, y sin sacarme la vesícula y los órganos pares. 

Los 30 son la primera catarata que saltamos en kayak. Cuida tu postura, si no lo haces, lo que más vas a coger son arrecheras y lumbagos. Endereza la espalda, camina derecho. El cuerpo es como una antena que necesita posicionarse bien para recibir la señal. Esto te lo dice cualquier astrólogo o ingeniero en telecomunicaciones. 

La memoria funciona, con Windows 99, pero funciona. Tienes toda una vida por delante, aunque ya no para jugar en un Mundial de Fútbol ni ser Miss Venezuela. 

A los 30 los frutos secos saben mejor. Son buenos para la salud, pero igual entabla una relación amable con el corredor de seguros. Aprende a manejar el rechazo, que te cuelguen el teléfono, que te digan que no. Procuro burlarme tan bien de mí, que más nadie pueda hacerlo. No eres un AirFryer para caerle bien a todos. 

En el colegio no nos enseñan a gestionar las pérdidas de seres queridos ni las emociones ni la plata. A los treinta hay que hacer las paces con la Parca, el corazón y aprender a cobrar sin pena por tu trabajo. 

Dosificas las pasiones. El café de las 10:00 am te empuja hasta las 2:00 pm. Ya es un piropo que te pidan la cédula. 

Eres el papá de tus papás. Hay que conversar con la familia sobre los temas pendientes, las viejas rencillas, las deudas de rencor. Hay que desalojar al elefante rosa de la sala.

Dentro de la cabeza hablan varias voces, como si fueras Estrambótica Anastasia, pero sin el cuerpo de Norkys Batista. Llega el pudor. Lees cosas que escribiste hace cinco años y te horrorizas. Descubres que la soltería no es una bomba que hay que desactivar antes de los treinta, calma, que no hay peor sentencia que un mal matrimonio. Si no le pones cronómetro a la relación, todo fluye mejor.   

El mundo es una guerra de opiniones. Una lanzadera de puntas entre todos. Ser adulto es una trampa. Yo creía que la gente grande sabía lo que hacía. ¡Fingieron! Y yo que estaba apurado en crecer. En el fondo sigo queriendo a mi mamá y un Toddy. 

No se confíen. La locura es asintomática.

A los 30 no estás tan verde ni tan inmaduro. Estás pintón. 

A los 30 las resacas duran tanto como una cuarentena.

No vuelvo a tomar más, después de esta.

¡Salud!

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