Así como pasa con las personas cuando asisten a terapia y realizan una regresión sobre sus vidas, las sociedades también necesitan realizar una revisión de su historia con sus luces y sombras, no necesariamente para hallar los culpables de las crisis actuales; sino para entender las contradicciones que componen esa identidad colectiva.

En el caso de Venezuela, en el transcurso de esta prolongada crisis política, social y económica, existe un movimiento persistente de la sociedad civil y la academia, en torno a la discusión histórica y más recientemente, sobre la reivindicación de figuras civiles. En contraposición, desde el poder central, estos aspectos han quedado renegados por una promoción hegemónica de la historia militar del siglo XIX y del proceso de incubación de la Revolución Bolivariana.

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¿Por qué existe esta tensión? Según Cicerón, “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”. En ese sentido, la historia es un instrumento pedagógico que tenemos las sociedades para formar una cultura ciudadanía. Dependiendo de la visión política del Estado, esto puede crear sociedades e instituciones más cerradas y autoritarias; así como puede crear sociedades más abiertas y democráticas.

Si la historia tiene esta cualidad pedagógica, siempre será un espacio de disputa política. El ejemplo más reciente de esto fue el cambio del Escudo de Caracas por parte del Concejo Municipal de Libertador. Por esa razón, cuando hablamos de historia, hay que tomar partido y esto no implica reescribirla a nuestra conveniencia; sino mostrarla de la manera más completa posible, considerando todos sus actores y no solo aquellos que impone el poder político o las élites tradicionales.

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Si tomamos partido por enseñar la historia con todos sus matices, y que esto sirva como herramienta de pedagogía política, hay que enfocar esfuerzos en la historia civil de Venezuela. Sin desmerito del rol protagónico de figuras como Simón Bolívar, Francisco de Miranda o José Antonio Páez, el país es más que los caudillos de turno. La historia de las personas y los líderes civiles también importan y nos puede enseñar más de nuestra venezolanidad.

Afortunadamente, esta reflexión sobre la historia como pedagogía política es creciente en el país. Por ejemplo, la fundación Red Historia Venezuela, cuyo objetivo es el rescate y preservación de archivos históricos en peligro, actualmente, están ejecutando un proyecto sobre la historia de los esclavos afrovenezolanos. De igual manera, el Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS) ha promocionado en los últimos meses publicaciones como Rómulo Betancourt, líder y estadista de Carlos Canache Mata; así como la novela gráfica Gallegos. Hombre de una sola calle de Héctor Torres y José Luis Couto.

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Hay que apoyar la promoción de estas publicaciones y que puedan ser leídas por diversos grupos sociales. Pero también resulta necesario invertir más esfuerzos para escribir historia sobre temas que tengan sentido en la conversación pública y abierta, que las juventudes tienen en sus espacios. Redescubrir la historia del feminismo en Venezuela, hoy parece una tarea pendiente y urgente; así como de la comunidad LGTBIQ+. Revindicar la historia y formación de los barrios y parroquias en ciudades como Caracas, Maracaibo o Valencia es algo que puede servir a la formación y movilización ciudadana.

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En una sociedad agotada de las crisis y marcada por el trauma del hambre, la represión y la migración, la historia puede ser parte de un proceso terapéutico colectivo para revisarnos como sociedad y reconciliarnos con nuestras contracciones, éxitos y tragedias. Esto es algo vital para seguir construyendo una cultura política democrática y que sea el motor de cambio para Venezuela.

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