Recientemente en algún chat —no podía ser en otra parte— una joven profesional del Derecho se molestó porque le indiqué que nuestro hermoso y gran vecino del sur, Brasil, se escribe en castellano igual que en portugués, Brasil “con ese”, y no como en inglés, Brazil “con zeta”, variante que ella utiliza de forma corriente. Como es muy orgullosa, no me extrañó demasiado que no aceptara su falla, pero lo que sí me resultó sorprendente fue su argumentación para tratar de justificar la misma: me dijo que yo debía respetar su derecho a “opinar” y que Brazil “se quedaba con zeta” porque ella había “decidido” “ser feliz”. Coisa mais grande, parceiro! 

No niego que se me ha insultado más de una vez por corregir errores ortográficos, y a eso me dedico profesionalmente —a corregir errores, no a recibir insultos—, pero nunca nadie había recurrido a su sagrado derecho a “opinar” para persistir en su falta, mucho menos a su honorable decisión de apostar por su propia felicidad. Honestamente, me pareció hasta creativo, porque habría que remontarse al Cratilo, uno de los menos “populares” diálogos platónicos (circa 360 a. C.) para reconocer que sí se puede “opinar” sobre la “justeza de los nombres”, tal y como lo afirma Platón a través de Hermógenes, uno de los protagonistas de tan importante obra. Este último se manifiesta en contra de la posición del joven Cratilo, quien planteaba que cada nombre era “natural” para cada cosa, porque contenía “la esencia de lo nombrado”. Dicha postura la resumió magistralmente Borges en su poema El Golem: Si (como afirma el griego en el Cratilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Sin embargo, se me hace que nuestra joven jurisconsulta no es aficionada a la lectura de los textos borgianos, y mucho menos a socráticas disquisiciones. ¿No será que ella “opina” que es mejor Brazil “con zeta” porque esa grafía es más compatible con una pronunciación “mandibuleada” de tan bonito nombre —que en fonética anglosajona suena “Brazeel”—? Podría ser, aunque también deberíamos explorar la hipótesis de que ella piense que su idealizada Miami esté ubicada en el gigante del sur. Total, un detalle geográfico es tan nimio como uno lingüístico y, si nuestra rutilante promesa del Derecho “opina” que es mejor Brazil con zeta para “ser feliz”, bien podría “opinar”, para su mayor “felicidad” que Ocean Drive está “ahí mismo”, al lado de Ipanema, o Siesta Beach junto a Barra da Tijuca.

Saúde, cara! Cheers, girl! Total, tudo é igual pra ser feliz!

Hay buenas noticias, meu amiga: alguna vez podrás viajar a Miami, Brazil, donde Pitbull y Neymar te recibirán festivos, con una caipirinha en una mano y una Budweiser en la otra. Es cierto: el derecho a opinar es sacrosanto, no importa qué cosa. 

Opinemos, pues, que las puertas de la felicidad están abiertas para todos.

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