Cada vez con mayor frecuencia se habla sobre el racismo en el país. Si bien esto resulta positivo para la discusión pública y para hacer un ejercicio colectivo por hallar soluciones y respuestas adecuadas, no somos un país con una tradición de discusión profunda sobre el tema afrodescendiente como puede ser el caso de Colombia, Brasil o algunos países del Caribe. Bajo esta premisa, es importante conocer los marcos internacionales y nacionales básicos, así como algunos personajes y fuentes clave para un posible activismo en la materia.

Para no retroceder tanto en el tiempo, vamos a ubicarnos a principios del siglo XX, en la ciudad de Londres, Reino Unido, donde se presentó la I Conferencia Panafricana y cuyo objetivo era “asegurar los derechos civiles y políticos para los africanos y sus descendientes alrededor del mundo”. En esta reunión participaron varios afrodescendientes de las Américas.  

Luego de este precedente, surgió un paulatino movimiento en las colonias europeas, africanas y caribeñas, que buscaban una reivindicación y respeto de sus derechos. En este marco, surgió el líder afrojamaiquino Marcus Garvey, quien fundó la Asociación Universal de Desarrollo Negro y la Liga de Comunidades Africanas (UNIA), que llegó a tener cuatro millones de miembros a nivel global para 1922. Estas iniciativas, marcadas todavía en un contexto colonial, y signadas por las guerras mundiales, representaron un espacio de resistencia y visibilización sobre el racismo hacia las personas negras, y los abusos cometidos en el continente africano.

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Para la segunda mitad del siglo XX, luego de los años de la Segunda Guerra Mundial, el tema volvió a tomar relevancia en ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos surgía el Movimiento por los Derechos Civiles con figuras como Rosa Parks, Malcom X y Martin Luther King. En el otro lado del Atlántico, en Sudáfrica, un joven Nelson Mandela empiezó a protestar contra el Apartheid y se inició el proceso de descolonización en África.

A pesar de estos avances y otros puntos de inflexión, la desigualdad y el racismo estructural contra las personas africanas y afrodescendientes seguía de manera implícita en gran parte del mundo. Ya entrado el siglo XXI, se presentó la Declaración y el Programa de Acción de Durban, que se trató de un plan de acción de las Naciones Unidas para establecer medidas concretas que combatieran el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia. De igual manera, en 2015 se declaró el Decenio Internacional para los Afrodescendientes 2015-2024, que busca mayor reconocimiento, justicia y acceso al desarrollo.

Estas acciones, lejos de tratarse de pura retórica o búsqueda de espacios políticos, realmente son respuestas a un problema estructural. Según un estudio de la Cepal de 2020 Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina: retos para la inclusión, existe un legado de exclusión que tiene su origen en la esclavitud y que sigue presente en la actualidad.

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¿Por qué no todos vemos ese racismo? En principio, porque está oculto bajo falsas concepciones de un “mestizaje igualitario”. Esta idea que existe una suerte de mestizaje donde todas las personas “somos iguales”, que es aceptada en muchos países de la región, también ocurre en el contexto venezolano, donde existe una concepción generalizada, que “aquí, no hay racismo”. Pero la realidad es mucho más compleja. En un el libro La Cultura del Barrio de Pedro Trigo, se describe con detalle cómo la construcción del discurso de mestizaje, como sinónimo de igualdad, fue la acción deliberada por parte de las élites venezolanas durante el siglo XIX y XX para generar una concepción de nación mucho más sólida y prevenir tensiones sociales basadas en las identidades étnicas. 

Tenemos diversos estudios sobre este tema en Venezuela, gracias a investigadoras como Angelina Pollak-Eltz, que recomiendo leer algunos de sus libros como La Negritud en Venezuela o Vestigios africanos en la cultura del pueblo venezolano. También, se encuentra el estudio de Gentilicios africanos en Venezuela de Miguel Acosta Saignes. Sin embargo, no existe una tradición que haya tomado esa base conceptual como una forma de activismo para incidir, respecto a las inequidades que se perciben en nuestra cotidianidad. 

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A nivel de marco legales y jurídicos, tenemos la Ley Orgánica contra la Discriminación Racial con su reciente modificación en octubre de 2021. Pero más allá de las multas establecidas para casos de discriminación y la obligación de exhibir un cartel con el texto del artículo 8 de esta ley, no existen políticas públicas que permitan “equilibrar la cancha” para las personas afrodescendientes.  Por otro lado, en cuanto a acciones afirmativas, Venezuela celebra desde 2005 el “Día de la afrovenezolanidad” cada 10 de mayo. Pero resulta una fecha carente de contenido y celebración nacional. De igual manera, el 24 de marzo, se conmemora la abolición de la esclavitud en el país, que ocurrió en 1854, pero no se explora en su significado ni se genera debate sobre las implicaciones sociales que ello representó. 

Con esta falta de atención como telón de fondo hay que preguntarse: ¿por qué en algunas de las zonas más pobres del país hay más personas étnicamente negras? Si pasas por los barrios pobres de Caracas,¿hay un color de piel predominante? Sí hay. También hay que preguntarse sobre temas de representatividad. Más allá de los espacios culturales o deportivos, ¿cuántas personas negras están y han estado en posiciones relevantes de poder dentro del sector privado o en la política en Venezuela? Si somos “iguales”, ¿por qué pasa esto? Abordar estas preguntas con seriedad, responsabilidad y conscientes de la incomodidad que puede generar, se trata de las grandes deudas que tenemos como sociedad. 

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En un contexto de país marcado por la crisis humanitaria compleja, sanciones económicas y una migración que supera las siete millones de personas fuera del territorio, donde las generaciones más jóvenes han experimentado las dificultades del empobrecimiento, la fractura del contrato social y la pérdida de vínculos afectivos, resulta necesario que existan esfuerzos que permitan sanar las fracturas y tensiones de nuestra sociedad y generar una nueva narrativa. 

Hablar de las personas afrodescendientes y del racismo estructural que padecen, será una de las formas de sanación que contribuirá al proceso de transformación y de profundización democrática de Venezuela. Explorar en las identidades venezolanas y reivindicar a aquellas que han sido ocultadas, se trata de un acto de justicia que nos permitirá construir un futuro de casa común para todas y todos.

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