Estamos a tres meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el contraste entre el presidente Donald J. Trump y el candidato demócrata Joe Biden no puede ser más evidente. Estas van a ser elecciones que definen la trayectoria de la democracia no solo en EE UU, sino también en el resto del mundo democrático—incluso para las fuerzas democráticas en Venezuela. Y el comportamiento del Presidente Donald J. Trump deja en claro su falta de respeto por las instituciones democráticas tanto en el exterior como en Estados Unidos.

Por ejemplo, a pesar del fallo de la Corte Suprema que afirma las protecciones de Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, conocido como DACA, el gobierno de Trump sigue negando las solicitudes de cientos de jóvenes elegibles para el programa, lo cual va directamente en contra de la alta corte. Su reciente sugerencia de postergar las elecciones presidenciales a causa de la pandemia por coronavirus también suena como el capricho despótico—más al estilo república bananera que al de Ronald Reagan.

En lo exterior, Trump ha marginado a los aliados democráticos del país, como Alemania, y ha expresado hasta infatuación con dictadores y regímenes autoritarios. En la lista de tiranos que Trump ha halagado por su comportamiento antidemocrático están el presidente vitalicio chino Xi Jinping, el presidente “eterno” ruso Vladimir Putin, el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un, y el presidente filipino Rodrigo Duterte, quien es responsable de mas de 27.000 ejecuciones extrajudiciales desde 2016.

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Hasta en América Latina, una de las regiones más democráticas del mundo, Trump ha demostrado su encandilamiento por líderes fuertes y poco democráticos—como Jair Bolsonaro, de Brazil, e incluso Nicolás Maduro, en Venezuela. Aunque Trump pretende defender la legitimidad de Juan Guaidó y de la oposición venezolana para gobernar, John Bolton, exasesor de seguridad nacional de Trump, reveló que el presidente admiraba a su homólogo venezolano como “demasiado inteligente y resistente”, poniendo énfasis en el apoyo que Maduro tiene de “todos esos generales atractivos” que lo rodean. 

El presidente también ha cedido espacio a Moscú en Venezuela. Cuando Putin le dijo a Trump el año pasado que Guaidó era comparable con la excandidata demócrata Hillary Clinton, Putin salió con la suya y Trump modificó las sanciones planeadas para el régimen venezolano, extendiendo un salvavidas ruso a Maduro.

Por otro lado, Joe Biden lleva toda una carrera política promoviendo la democracia y luchando en contra de las fuerzas autoritarias. En un caso bien conocido, el ex vicepresidente le reclamó a Putin cara a cara que al caudillo ruso le faltaba el alma y prometió volver a acorralar al mundo democrático para impugnar a Putin.

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En Venezuela, Biden se compromete a hacer lo mismo. Hasta ahora, le ha tildado a Maduro de “dictador”, “tirano” y “corrupto y represivo”. Además, fue de los primeros personajes públicos en reconocer públicamente la legitimidad de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Y su compromiso con la oposición democrática de Venezuela es duradero: fue el principal funcionario del gobierno de Barack Obama en abogar por sanciones en contra de los miembros del régimen madurista.

Y ¿cómo sería su postura sobre Venezuela como presidente?

Biden se preocupa profundamente por la situación en el país suramericano, sobre todo por el sufrimiento humano y por los 5.000.000 de venezolanos que se vieron obligados a huir de su país. La crisis migratoria venezolana es la más grande en la historia moderna del hemisferio occidental. Para su gobierno, lo más urgente será abordar esta crisis con un generoso apoyo humanitario, tanto para los venezolanos en Venezuela, como para los que se encuentran en países vecinos como Colombia.

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Para los venezolanos que ya están en Estados Unidos sin visado, el gobierno de Biden les otorgaría sin tardanza el Estatus de Protección Temporal (TPS), para darles la oportunidad de trabajar y vivir en EE UU.hasta que se resuelva la problemática en Venezuela sin la amenaza de deportación.

Biden también impondría sanciones duras en contra de los miembros del régimen que tengan vínculos con el narcotráfico o hayan cometido abusos de derechos humanos y corrupción pública. Además, al contrario del gobierno de Trump, Biden, cuya carrera en el Senado lo vio ascender a la presidencia del Comité de Relaciones Exteriores, tiene la credibilidad para convencer a aliados europeos y latinoamericanos a juntarse en la presión diplomática y financiera sobre el régimen de Maduro. Su administración lideraría el esfuerzo internacional para recuperar cada céntimo malversado del pueblo venezolano, perseguir a los culpables donde estén y recaudar fondos para aliviar la crisis económica y humanitaria que ha dejado a millones de venezolanos en la indigencia. 

En la otra cara de la moneda, Trump cínicamente sigue deportando cada año a cientos de venezolanos, devolviéndolos a un régimen opresivo y a una economía colapsada. Aún más asombroso, la Casa Blanca se ha negado a liberarle a la Asamblea Nacional de Venezuela unos 1.000 millones de dólares incautados del régimen madurista. Y Trump ha indicado que estaría dispuesto a sentarse a hablar con Maduro, totalmente marginando a la coalición opositora y a las aspiraciones democráticas del pueblo. Si se reelige Trump, es previsible que abandone a la oposición para llegar a un trato con Maduro, muy al estilo del acuerdo mal concebido y, al final fracasado, que buscaba hacer con Kim Yong-un, de Corea del Norte.

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La falta de coherencia y compromiso por parte de la Casa Blanca durante casi cuatro años ha servido para prolongar la crisis política en Venezuela, como bien lo dijo Bolton. Pero la postura de Trump de hombre fuerte es solo eso: una postura. Por otra parte, Joe Biden es un verdadero hombre fuerte que se ha destacado por una política basada en la inteligencia, la empatía y la diplomacia. Biden encarna los valores democráticos y humanos que se requieren no solo para consolidar la presión internacional en contra de Maduro, sino también para reparar y profundizar la experiencia democrática dentro de EE UU.

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