• El aumento de la tarifa del metro de Santiago desató una ola de manifestaciones que no es ajena para los más de 400.000 venezolanos que emigraron a ese país. Las colas y las bombas lacrimógenas volvieron a ser rutina

No podía creerlo, en menos de dos segundos viajé de regreso a Venezuela. A esos días de humo, gases lacrimógenos, personas reclamando sus derechos y confrontaciones de pueblo contra pueblo. Pero esta vez en Chile, país al que emigré en busca de un mejor futuro, una mejor calidad de vida y que hoy está envuelto en una crisis social inimaginable.

El pasado 6 de octubre el Metro de Santiago anunció el aumento de las tarifas del pasaje en horas pico (punta). El alza fue de 30 pesos. Los boletos quedaron en 830 pesos, en hora pico, y a 750 pesos, hora valle (menos concurrida).

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La situación causó malestar en la población, específicamente en quienes perciben bajos ingresos. Pero fueron los estudiantes de secundaria y universitarios quienes se organizaron y protagonizaron las llamadas “evasiones” de los servicios del Metro, instando a la comunidad a ingresar sin pagar el servicio como medida de protesta contra el aumento. Pero con un transfondo; el disgusto que arrastran durante años por la desigualdad social que perciben en Chile, el alza de los costos de la salud, las bajas jubilaciones y el descuento de un porcentaje de sus salarios que va destinado a los fondos de pensiones.

El sabor amargo de ver una ciudad en caos volvió. Las protestas pacíficas iniciaron el lunes 14 de octubre, pero se tornaron violentas luego de que los Carabineros (policía) intervinieron en las manifestaciones para desalojar a los estudiantes del subterráneo. En el quinto día de protestas, los disturbios se habían intensificado y fueron los grupos violentos quienes tomaron la batuta.

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Supermercados saqueados e incendiados, estaciones del Metro quemadas y destruidas, microbuses dañados, destrucción de los espacios públicos y un sinfín de estragos que empañaron la causa de una protesta que buscaba respuestas.

Foto: AFP

Así lo vi, como si se tratara de un dejà vu. Personas con pañoletas en el rostro y piedras en las manos, otras que transitaban buscaban protegerse de los gases lacrimógenos. Mis oídos se han acostumbrado nuevamente a las cacerolas, al sonido desesperado de las cornetas de los carros. Los saqueos de supermercados volvieron a ser noticia, mientras que el gobierno del presidente Sebastián Piñera aplica medidas, como la anulación del aumento del pasaje y toques de queda para intentar “restablecer” el orden en la población chilena.

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Me encuentro de nuevo haciendo colas para comprar alimentos. El dicho de “estar preparados para la guerra” está más que vigente. Los destrozos han ocasionado que los comercios permanezcan cerrados, sus dueños tienen miedo de ser los próximos.

Los venezolanos volvemos a sentir el miedo al desabastecimiento, observamos el desespero de los chilenos, somos espectadores. Volvemos a las largas filas para surtir los automóviles de gasolina, al viacrucis para hallar un cajero automático ante la escasez de efectivo. Vemos al Estado señalar a la oposición y la oposición culpar al gobierno.

Foto: AFP

Tras los escenarios violentos, la representante diplomática de Venezuela en Chile, designada por el gobierno interino de Juan Guaidó, publicó un comunicado para pedir a los venezolanos que mantengan la calma y se abstengan de participar en estos hechos violentos que han causado un duro impacto en el país chileno.

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“Nos encontramos bajo régimen de Estado de emergencia, por lo cual le reiteramos nuestro deber y compromiso de respetar la soberanía y el Estado Derecho”, reza parte de la misiva.

Sin embargo, no es un tema lejano, pues afecta a la población chilena y a los inmigrantes que tuvimos que abandonar un país sumido en la crisis.

El dolor sigue intacto, los nervios y la angustia se apoderan de mis sueños nocturnos, pero me niego a perder la esperanza de volver a la tranquilidad y estabilidad que soñaba esa mañana en la que cerré mi maleta en Venezuela y decidí partir.

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