- Desde Amadores hasta Pele el ojo, las esquinas de la ciudad evocan la identidad caraqueña, como un vestigio de aquella cuadrícula que alguna vez la delimitó. En el 455° aniversario de la otrora ciudad de los techos rojos, El Diario hizo un recorrido por el origen e importancia de algunos de sus rincones, desde los más icónicos hasta los olvidados por la modernidad
Caminando por los pasajes del casco central de Caracas, cuando no se apura el paso, aparecen fantasmas de tiempos pasados. Nombres que brotan de las señalizaciones de cada esquina y que, como un hechizo entre sus letras, contienen siglos de una historia que floreció al margen de las academias, en el acervo popular. Personajes, lugares, hechos insólitos o jocosos que trascendieron hasta la actualidad, en forma de direcciones.
Aunque existen otras ciudades con fenómenos similares como Yucatán (México) o La Habana (Cuba), el caso de Caracas es sui generis. Durante siglos se institucionalizó como un código distintivo entre sus habitantes, quienes más allá de nombres de calles y avenidas, adoptaron la costumbre de decir “de El Cují a La Marrón”, para indicar que la casa en cuestión quedaba entre ambas esquinas. Una nomenclatura que persiste entre algunos caraqueños veteranos, a pesar del caos moderno de la improvisación urbana, entre concreto, elevados y centros comerciales.
Por supuesto que no todas las esquinas actualmente conservan su nombre, o al menos un trasfondo importante tras ellas. Sin embargo, diferentes historiadores y cronistas como Arístides Rojas, Enrique Bernando Nuñez, Santiago Key Ayala y Carmen Clemente Travieso se dedicaron a recopilar la historia de cada una de estas esquinas, así como su transformación a la par que la urbe, en la medida que dejaba de ser la ciudad de los techos rojos.
El cuadro primigenio
La ciudad de Santiago de León de Caracas, como la conocemos hoy, fue fundada por el español Diego de Losada el 25 de julio de 1567 en el valle antes habitado por las tribus Caracas y Toromaina. Aunque existen algunas discrepancias, la idea más aceptada es que su nacimiento ocurrió en el lugar donde se erigió la plaza de Armas, luego llamada plaza Mayor y actualmente plaza Bolívar.
Al ser el centro geográfico y político del nuevo poblado, sus cuatro esquinas se pueden considerar las primeras que tuvo Caracas, aunque tardaron varios siglos en adquirir sus nombres. Una de las más antiguas es la esquina de La Torre, al noreste de la plaza. Debe su nombre a la torre del campanario de la Catedral de Caracas, que sufrió daños tras el terremoto de 1812, por lo que se redujo a su forma y dimensiones actuales.
Otra de las primeras esquinas en ser bautizadas fue la de Gradillas, la cual se remonta a la época de la Colonia. Aquí quedaban las gradas que daban acceso a la Plaza de Armas, y se convirtió en uno de los puntos más populares de los caraqueños para reunirse a conversar y pasar el rato. Allí estaba la casa del presbítero Juan Jerez de Aristigueta, quien al morir se la heredó a su ahijado, Simón Bolívar. El Libertador vivió allí durante su matrimonio con María Teresa del Toro, aunque tras enviudar, la vendió para financiar la campaña independentista. Actualmente es conocida como la Casa del Vínculo.
Contigua a esa casa estuvo la imprenta en la que se reprodujo el acta de independencia en 1810, y posteriormente se dividió en varios locales comerciales. De hecho, la calle de Gradillas a Sociedad se convirtió en el corazón de la ciudad, albergando importantes salones como La India y Bon Marché (1916), donde concurrían desde familias pudientes y socialités, hasta intelectuales, músicos y poetas. También estuvo allí la primera sede del diario El Universal, en 1909, consagrándose como una de las esquinas favoritas de los caraqueños.
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Del otro lado, al sureste, está la esquina de Las Monjas, mucho más humilde. Su nombre se debe a que en ese terreno se construyó en 1636 el Convento de las Monjas Concepcionistas. Mantuvo ese nombre a pesar de que en 1673 se construyó al lado el Colegio Seminario Santa Rosa de Lima, que en 1725 albergaría también a la Real y Pontificia Universidad de Caracas, donde en 1810 se firmó el acta de independencia.
Tanto el seminario como el convento fueron expropiados en 1870 por el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, quien mantenía una fuerte pugna con la Iglesia católica. Por su trascendencia histórica el seminario se preservó, siendo el Palacio Municipal de Caracas; sin embargo, el convento fue demolido y en 1873 se inauguró el Capitolio, actual Palacio Federal Legislativo.
Finalmente al noroeste, se encuentra la esquina Principal. Debe su nombre a que durante los primeros años de la ciudad operó allí el Cuartel Principal, encargado de proteger la plaza de incursiones de indígenas y piratas. En 1606 se convirtió en la Cárcel Real, por lo que la esquina adquirió ese nombre. Tras el surgimiento de la república cambió su nombre al de Casa Amarilla, pues justo al lado estaba la casa del capitán general, que más adelante se convirtió en la sede del Poder Ejecutivo. Retomó su nombre en 1931, cuando se construyó el Teatro Principal.
De árboles y santos
Juan de Pimentel, para entonces gobernador de la provincia de Venezuela, dibujó en 1578 uno de los primeros esbozos del mapa de Caracas. Con solo 11 años de establecido, aquel caserío se había convertido ya en un pueblo perfectamente cuadrado, compuesto por 24 manzanas y con la Plaza de Armas en su centro.
De aquel cuadrilátero histórico, como la llamó el cronista Arístides Rojas, nació la identidad de la futura capital. En su libro Las esquinas de Caracas, la periodista Carmen Clemente Travieso contó que para ese momento sus calles rectas apenas estaban marcadas con números, por lo que sus habitantes comenzaron a utilizar puntos de referencia para ubicarse. Así, elementos como los árboles sirvieron para reconocer varios sectores, naciendo así esquinas como el Guanábano, el Cují o Cipreses.
No fue sino hasta dos siglos después que se pondría orden a la situación. El historiador y escritor Rafael Arráiz Lucca explicó a El Diario que la primera nomenclatura oficial de la ciudad surge por iniciativa del obispo Diego Antonio Díez Madroñero. En 1766 publicó un nuevo plano de la ciudad, donde además de recoger su expansión más allá de los ríos Guaire y Catuche, rebautizó todas las calles con nombres vinculados a la Iglesia. Con esto fue responsable también del primer censo oficial de Caracas.
Díez Madroñero estaba empecinado en eliminar cualquier rastro de libertinaje en el pueblo, con lo que propició una ola de fervor religioso en sus habitantes. Las casas más acomodadas adoptaron santos patronos cuyas figuras se colocaban en la entrada, lo que pronto sirvió como puntos de referencia, como la esquina de El Socorro, que orientaba a los viajeros que llegaban desde el Camino de los Españoles. Los muchos templos y conventos también sirvieron de guía, como la esquina de San Jacinto, San Francisco o la de Jesuítas. A pesar de esto, trascendieron varias esquinas no necesariamente religiosas, sino más bien asociadas a personajes que vivieron allí, como la esquina de Padre Sierra o la de Marcos Parra.
Tras la muerte del obispo en 1769, la sociedad se flexibilizó, recuperando tradiciones perdidas como las orquestas de plaza y el carnaval. Con esto volvió la costumbre de nombrar a las esquinas a partir de ocurrencias jocosas, leyendas urbanas o hechos curiosos que ocurrieran en ellas. Una tendencia que tuvo su auge en el siglo XIX, cuando se bautizaron varias de las esquinas que hoy perduran.
La esquina olvidada
Resulta curioso que uno de los puntos más significativos para la historia caraqueña actualmente ya no exista; sin embargo, ese es el caso de la esquina de San Pablo. Allí hoy chocan dos visiones diametralmente opuestas de lo que en su tiempo se consideró modernidad. En una acera está el Teatro Municipal, de estilo neoclásico; y del otro, la torre sur del Centro Simón Bolívar, de arquitectura funcionalista.
En esa esquina quedaba la Iglesia de San Pablo El Ermitaño, erigida a finales del siglo XVI como un acto de fe contra la epidemia de viruela que azotaba la ciudad. El templo cobraría relevancia casi un siglo después, en 1696, cuando nuevamente la enfermedad diezmó a sus habitantes, ahora por la fiebre amarilla, o peste de vómito negro.
Cuenta la leyenda que las autoridades religiosas realizaron una procesión para pedir por el fin de la epidemia, sacando una imagen del Nazareno consagrada años antes. Al salir de la iglesia, la corona de espinas de la estatua se enredó con la rama de un limonero cercano, dejando caer sus frutos. Algunas mujeres recogieron los limones y prepararon una medicina que, sorprendentemente, funcionó contra la peste. Los habitantes consideraron esto un milagro y el templo se volvió un lugar de culto, creándose así la tradición del Nazareno de San Pablo que persiste hasta la actualidad.
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Clemente Travieso señala que frente a la iglesia estaba la plazoleta de San Pablo, que usaban como fuente de agua. En su calle quedaba también la casa de la familia Salias, cuyos hermanos Francisco, Vicente, Juan y Pedro fueron protagonistas en la lucha por la independencia, siendo Vicente el autor de la letra del Himno Nacional. Posteriormente se instaló en esa casa la familia Monagas, de la que salieron tres presidentes. En esa plaza ocurrió el 2 de agosto de 1858 un sangriento enfrentamiento entre liberales y conservadores que dejó más de 60 muertos, y del cual la gente adoptaría la palabra “sampablera” para referirse a los disturbios y alborotos.
A pesar de su importancia, en 1870 Guzmán Blanco ordenó su demolición como parte de los trabajos de construcción del hoy llamado Teatro Municipal. Otra leyenda dice que una noche el Nazareno de San Pablo se le apareció al mandatario en sueños para reprocharle, por lo que ordenó levantar a unas cuadras de allí la Basílica de Santa Teresa, donde actualmente se resguarda la imagen.
La plazoleta, si bien duró varias décadas más, sucumbió en 1949 cuando el gobierno de Isaías Medina Angarita comenzó la construcción de las torres de El Silencio. Una obra que además se llevó a otros íconos capitalinos como el hotel Majestic, o el propio Teatro Municipal, que sufrió varias modificaciones. Su fachada fue recortada, eliminando su peristilo semicircular y las escaleras que conducían al palco presidencial. También su frente quedó complementamente eclipsado por el gigantesco complejo, reduciendo su entrada a la angosta avenida Oeste 8. De la esquina de San Pablo solo quedaría su legado en el imaginario capitalino.
Las notables
Algunas de las esquinas más emblemáticas lograron persistir al paso del tiempo, manteniendo su nombre a pesar de los cambios urbanos a su alrededor. Puntos como la esquina de Carmelitas, que debe su nombre al convento de las carmelitas descalzas, que estuvo allí hasta 1874. Otro ejemplo es la esquina El Chorro, hoy conocida por la gran torre de arquitectura brutalista que lleva su nombre.
Los cronistas remontan el origen de su nombre a la conocida leyenda de los hermanos Juan y Agustín Pérez, quienes por 1810 vendían guarapas en esa zona. Su negocio atraía a cientos de curiosos, pues diseñaron un sistema de tuberías con una llave que daba hacia la calle. Después de pagar, el mecanismo se activaba y un chorro de la bebida salía directo al cántaro. También refieren que ambos hermanos eran fanáticos realistas que usaban su tienda como base para conspirar contra el gobierno republicano. Al estallar la guerra, uno de ellos cerró su famoso aparato para alistarse en las tropas de Domingo de Monteverde.
Al final de la misma avenida está otra esquina icónica: La Bolsa. Está ubicada entre el Palacio de las Academias y el centro comercial Metrocenter, en lo que antiguamente era el bulevar del Capitolio. No existe un consenso claro entre los historiadores sobre su origen; sin embargo, la versión más difundida es que allí vivió a mediados del siglo XIX el acaudalado Barón de Corvaia, quien estableció un negocio de préstamo de dinero sin intereses. Su despacho era frecuentado por abogados, ministros y hasta por el presidente, por lo que se le conoció como la Bolsa de Caracas. Años más tarde, en 1947, la Bolsa de Valores moderna adoptaría como símbolo la ceiba que aún sigue plantada en Capitolio, en honor al emprendimiento de Corvaia.
Historias escondidas
Mientras ciertas esquinas se mantienen en la memoria caraqueña, otras parecen ser más endebles, a pesar del enorme peso histórico que ocultan en sus muros. En el casco central, a una cuadra de la esquina La Torre, una cafetería y un par de tiendas de zapatos operan en una antigua casona con más de 300 años de antigüedad. A finales del siglo XVII, el caballero de la Orden de Cristo, Domingo Rodríguez de la Madriz, construyó una mansión considerada de las más lujosas de la época. Pronto la esquina se conoció como la esquina de Las Madrices, por las hijas del militar, quienes organizaban alocadas fiestas que escandalizaban a lo más conservador de la sociedad caraqueña.
Años después, en 1809, sería la residencia del capitán general Vicente Emparan. El 19 de abril de 1810, saliendo de su casa en Madrices, sería interceptado por el joven Francisco Salias, quien le instó a comparecer ante el clamor popular frente al Ayuntamiento (hoy Casa Amarilla). Sería entonces cuando ocurriría su famosa renuncia que iniciaría la lucha por la independencia de Venezuela. En cuanto a Emparan, permaneció bajo arresto en aquella mansión hasta su regreso a España, semanas después.
Siguiendo por ese camino hasta San Jacinto, se llega a la cuadra Bolívar, donde está el Museo Bolivariano y la Casa Natal del Libertador. No obstante, lejos de asociarse a este personaje, su esquina resalta por el peculiar nombre de Traposos, el cual es tan antiguo como la propia familia Bolívar. Una versión indica que diagonal a la Casa Natal vivió hace siglos una familia de aristócratas que cayó en la quiebra, por lo que se vio en la necesidad de vender sus pertenencias, siendo el primer puesto de ropas usadas (trapos) de la ciudad.
Otra historia apunta a que en esa calle solían dejarse perchas con ropa de domingo para que las personas de bajos recursos pudieran ir bien vestidos a misa. En todo caso, el nombre de la cuadra en la que nació Simón Bolívar quedó vinculada para la posteridad con los ropavejeros, o traposos.
Pero no todas las esquinas con historia se conservan íntegramente como las anteriores. A la salida de la estación del Metro de Parque Carabobo, a los pies de las escaleras de la plaza, una placa de mármol indica que alguna vez estuvo allí la antigua Casa de la Misericordia. El sitio fue construido a finales del siglo XVIII como uno de los primeros centros de acogida en Caracas que atendía a pacientes psiquiátricos. Además recibía a personas sin hogar, huérfanos y enfermos, pero también a muchos presos políticos, a los que la Corona hacía pasar por locos.
Una de estas víctimas fue Joaquina Sánchez, esposa del precursor independentista José María España. Ella no solo apoyó su causa, sino que además diseñó el pabellón de su movimiento, que ahora es la bandera del estado Vargas. Al fracasar la revolución de su esposo, él fue ejecutado en la Plaza Mayor, mientras ella fue internada en esa casa por ocho años. Tras ser demolida, el espacio se convirtió en la plaza La Misericordia y más adelante, en conmemoración del 60° aniversario de la Batalla de Carabobo, Guzmán Blanco ordenó una remodelación completa del parque, dándole su nombre actual. Con el tiempo, de la Misericordia solo quedaría el nombre de una esquina que hoy pocos caraqueños recuerdan.
Sin memoria
El equipo de El Diario recorrió el centro de Caracas para probar cuánto sabían sus habitantes acerca de las esquinas que transitan diariamente y el origen de sus curiosos nombres. Todos los consulados confesaron no tener idea de que estaban en la esquina de La Misericordia, o cuáles son las cuatro esquinas de la plaza Bolívar. Incluso personas de la tercera edad reconocieron que ya han olvidado los nombres de varias esquinas y calles por el desuso, mientras los más jóvenes afirman que utilizan otros puntos de referencia para ubicarse, como tiendas populares o estaciones del metro.
Recientemente la Alcaldía de Caracas instaló carteles en varios sitios de interés, con el origen de su nombre y un resumen de su historia. Estos se vieron en la gran mayoría de las esquinas visitadas, especialmente a lo largo de la avenida Universidad y el casco colonial. No obstante, los transeúntes admitieron no haberse dado cuenta de su existencia, ya que muchos no están en lugares visibles o se han deteriorado.
Coinciden en que es necesaria una campaña informativa más intensa para divulgar la historia de estos espacios, pues ayudaría a valorar la tradición y generar pertenencia con la ciudad.
Al son del pueblo
Lejos de los nombres señoriales o eclesiásticos, durante gran parte de los siglos XVIII y XIX fue la misma gente la que, empoderada de sus espacios, se encargó de bautizar sus esquinas. Esto coincidió con la expansión de Caracas fuera de su cuadrilátero histórico, que para entonces ya superaba las 130 cuadras. Así, esquinas como El Muerto y Ánimas hacían alusión a cuentos de fantasmas y resucitados, mientras que otros como El Cristo al revés o Ferrenquín, a personajes y acontecimientos que marcaron sus calles.
Un caso es el de la esquina de Romualda, llamada así por una mujer de nombre Romualda Rubí, quien en 1820 tenía una pulpería cerca del puente del río Catuche, en La Candelaria. Clemente Travieso señala que doña Romualda quedó inmortalizada como personaje insigne de la ciudad por su simpatía, y por preparar un mondongo tan famoso que atrajo incluso al propio general José Antonio Páez. Entre 1939 y 1979 estuvo allí el famoso cine Hollywood, del cual aún se conservan las letras de su rótulo.
La esquina de Pele el Ojo posee también una historia bastante peculiar. Para ese entonces quedaba en los límites de la ciudad, en un terreno baldío donde, una cuadra más arriba, un grupo de delincuentes solían asaltar a los caminantes desprevenidos. Aquel sitio se conoció como El Peligro. En respuesta, en algún momento a finales del siglo XIX se instaló allí un bodeguero que fundó su negocio con el pintoresco nombre, de modo que la calle quedaba como “Pele el ojo al Peligro”, en señal de advertencia. Ambas esquinas, unidas por la temprana inseguridad de Caracas, todavía ostentan sus nombres en la actualidad.
Sin embargo, no todas las esquinas deben su fama al motivo de sus nombres. Un caso especial es el de la esquina de Amadores, ubicada en la entrada de La Pastora. Durante siglos fue un rincón ordinario de la ciudad, llamado así por la familia que vivió en esa calle. Pero todo cambió la tarde del 29 de junio de 1919, cuando en ese justo lugar fue atropellado José Gregorio Hernández, provocando su muerte horas después. Actualmente la esquina es reconocida por este accidente, estando decorada con murales y placas en honor al beato, además de ser un punto de peregrinación para turistas y devotos. Ahora el nombre de Amadores, como el caso de Traposos, quedó ineludiblemente ligado a la historia del médico de los pobres.
El final de las esquinas
El esquema original de la ciudad dibujado por Juan de Pimentel tenía sus límites claramente definidos. Aquel cuadrado de 24 manzanas estaba demarcado en sus cuatro vértices por las esquinas de Altagracia, Maturín, La Bolsa y Traposos. Sin embargo, en la Caracas contemporánea, que se expande desde Propatria y Macarao hasta Petare, aquel concepto de las esquinas con nombre parece haber quedado relegado al casco central.
“¿Cuando se dejó de ponerle nombres de las esquinas? Cuando terminó la cuadrícula urbana. Las últimas que tienen nombre están en La Candelaria, pues hasta allí llegó la ciudad. Después quedaba la hacienda San Bernardino. Cando la ciudad se desarrolló a partir de La Candelaria hacia el este, ocurrió en el siglo XX y ya no había cuadrícula urbana”, comenta Arráiz Lucca a El Diario.
Además de un tema de expansión de la ciudad, otro factor que ha contribuido a la lenta extinción de las esquinas es el cambio de época. Con el avance del urbanismo, varias esquinas como la de Ibarras desaparecieron consumidas entre torres de oficinas y complejos residenciales. Otras, aunque su nombre sigue en las placas de calle, fueron perdiendo su significado en la medida que las nuevas generaciones desarrollaron nuevos puntos de referencia, quedando sus historias enterradas en libros de crónicas, o en el cuento de algún adulto mayor.
Quizás en tiempos de Google Maps se rescate un poco de esta tradición cuando, para sorpresa de su usuario, la voz del navegador le indique que para llegar a la tienda que busca debe caminar de La Gorda a La Pedrera, o por el pasaje de Gradillas a San Jacinto.