- Más allá de los clichés y los estigmas que rodean a la tribu urbana, o las críticas por presuntamente promover las autolesiones, el emo es un movimiento surgido de la música y que encontró en el Internet de principios del siglo el nicho para llegar a una generación que demostró que está bien expresar las emociones sin tabúes
Para muchos, ser emo fue mucho más que una etapa: es un rasgo de su identidad que se mantiene sin importar la edad. Esa subcultura, surgida transversalmente de la música, el arte y las primeras etapas del Internet, atravesó desde sus inicios muchos estigmas. Sin embargo, con el tiempo se fue consolidando como una parte del zeitgeist, o espíritu de los tiempos que definió la estética y cultura de la década del 2000.
Tal ha sido su impacto, que cada 19 de diciembre se celebra el Día Internacional del Emo. No hay consenso sobre cómo surgió la celebración ni la razón por la que se escogió esa fecha, aunque se presume que pudo surgir espontáneamente en foros en línea entre seguidores. Sin importar su origen, se volvió una ocasión para mostrar con orgullo sus gustos y estilo de vida.
Por años, el estilo emo ha sido sinónimo de muchos estereotipos: de peinados estrambóticos con flecos hacia adelante que cubren los ojos, ropa negra con muchos accesorios como cadenas o muñequeras, e incluso con marcas de zapatos particulares como los Converse o Vans. En otros casos se les vincula a una actitud sombría y melancólica, a veces asociada a problemas psicológicos como la depresión y la automutilación. No obstante, la subcultura emo ha demostrado con los años ser mucho más que las etiquetas y burlas impuestas por la sociedad.
Música emocional
Los orígenes de la subcultura emo se pueden rastrear hasta la década de los ochenta, una época en la que el rock dominaba la escena musical y los jóvenes expresaban a través del arte y la moda sus inquietudes generacionales. Una de las corrientes más populares en la movida underground era el punk, con una postura de disconformidad con el sistema y ruptura con lo que, consideraban, era la hipocresía de la sociedad, el consumismo y la represión de los gobiernos.
Con el paso del tiempo, se crearon diferentes movimientos a partir del rock, cada uno con su propio estilo y filosofía. Así, surgió la escena del post-hardcore en la ciudad de Washington DC, Estados Unidos, derivada del punk. Bandas como Rites of Spring y Embrace buscaron romper con la furia violenta del género para apostar por sonidos más melódicos y letras personales que se enfocan en explorar un lado más sentimental.
En el caso de Embrace, hacían en sus conciertos “purgas emocionales”, en las que sus fans se permitían liberar todos los sentimientos que tuvieran reprimidos como una gran catarsis colectiva, en la que muchos solían llorar. Esto llamó la atención de la prensa especializada, que comenzó a usar el término emotional hardcore, o emocore, para referirse a este movimiento que se gestaba en los bajos fondos de la capital estadounidense.
Hacia la década de los noventa, el emo tuvo un giro drástico, pues aunque muchas de las bandas que lo impulsaron ya no existían, el concepto seguía siendo usado ya de forma genérica para referirse a la música que ponía lo emocional en un primer plano. Así, surgió en el denominado Mid-west de Estados Unidos una generación de jóvenes que mezclaban la teatralidad y el aura oscura de grupos como The Smiths y The Cure, con la ideología nihilista y pesimista desprendida del grunge.
Musicalmente, el emo se distanció del hardcore para inclinarse más hacia el indie y el rock alternativo, teniendo como referentes a bandas como Weezer, Jimmy Eat World y Jawbreaker. En la costa oeste se formó en paralelo una corriente con un estilo mucho más agresivo, que eventualmente se conoció como screamo.
En la era del Internet
A pesar de tener ya dos décadas de existencia, no sería hasta el nuevo milenio que el emo saldría de la clandestinidad para brincar a la escena mainstream. Esto se potenció principalmente por Internet, donde los jóvenes podían conectarse y descubrir música más allá de los medios de comunicación. Allí podían intercambiar recomendaciones de música y moda a través de foros o en portales como My Space, que fueron prototipos de las redes sociales actuales.
El mundo ya no vivía al borde de una guerra nuclear como en los ochenta ni cargaba una crisis de identidad postapocalíptica como en los noventa, pero los problemas eran otros. Los atentados del 11 de septiembre, el terrorismo y la recesión económica marcaron a toda una generación de milennials que sentían atrapados en una sociedad que avanzaba demasiado rápido, y veían en el Internet un lugar donde se sentían entendidos y podían expresar sus inseguridades.
Así, entraron en escena grupos como My Chemical Romance, que por años se negó a ser relacionado con el emo aunque se convirtieron sin quererlo en la banda insignia del movimiento, que adoptó su estética como propia. Lo mismo ocurrió con otras bandas con un sonido más pop-punk, como Fall Out Boy, Panic at the Disco!, Simple Plan o Paramore.
Todos estos grupos alcanzaron una enorme popularidad y contratos con grandes disqueras, en parte por el camino allanado por las bandas veteranas de los noventa, o por la influencia del Internet, que ya comenzaba a desplazar a la radio y a MTV en los hábitos de consumo de los jóvenes. Grupos más punk como Green Day o Blink 182 comenzaron por esa época a sacar trabajos con sonidos y estéticas que también se catalogaron como emo.
Movimiento transversal
Como muchos movimientos de finales del siglo XX, el emo gira principalmente alrededor de la música, pero también existen otras aristas que influyeron para moldear su identidad. De la cultura gótica tomaron una fascinación por temas como la noche y oscuridad, los monstruos y la muerte. Aunque cabe resaltar que, como en todo, existen varios subgéneros con formas de vestir y pensar distintas, como los emo de los noventa, con un estilo más alternativo y parecido a la estética hipster del 2010.
Este aspecto influyó mucho en la relación del emo con otras expresiones artísticas como el arte, donde el mismo Internet ayudó a viralizar imágenes que se volvieron características de esta cultura, y que emulaban el arte del cineasta Tim Burton o Benjamin Lacombe. Curiosamente, la cultura emo permeó recíprocamente en la industria del entretenimiento, de la que surgieron productos como la saga de libros y películas de Crepúsculo, entre otras.
Más allá de los pantalones ajustados o las combinaciones de negro y morado que se volvieron clásicos de la estética emo, lo que atrajo a muchos jóvenes, y sobre todo adolescentes, fue encontrar una forma de exteriorizar su inconformidad con el mundo. En una edad donde muchos adolescentes todavía exploraban su identidad y luchaban para entender temas tabú como su sexualidad o los trastornos mentales, encontraron allí un espacio para tratarlos, a veces de forma fatalista y melancólica, pero siempre con un foco: saber que está bien no estar bien.
Detrás de los héroes trágicos de sus historias y las letras depresivas, había una proyección de sus seguidores. Muchos se sentían identificados con sus realidades como marginados en la escuela, incomprendidos que no encajaban con lo socialmente aceptado o que sobrevivían a diario en hogares disfuncionales, o a luchas personales con sus propios demonios. La oscuridad, la muerte y los muñecos de trapo eran símbolos con los que representaban su propio universo interior.
Subcultura controvertida
Los emo fueron parte de un fenómeno más grande como lo fueron las llamadas tribus urbanas. Grupos que moldeaban su identidad alrededor de elementos como un género musical, una forma de vestir o de hablar y formaban comunidad, muchas veces en línea o en el espacio público. Algunas de estas tribus históricas son los hippies, góticos o punks, aunque en el siglo XXI el concepto tuvo un boom con otros como los emos, otakus y frikis, reggaetoneros, e incluso en versiones autóctonas, como los sifrinos y tukkis en Venezuela.
En algunos casos, las interacciones entre estas tribus no eran pacíficas, debido al sectarismo con que a veces se comportan sus miembros. Esto llevó a los emos a ser objeto muchas veces de burlas y bullying debido a su sensibilidad, o de críticas por grupos como góticos y punks que no querían ser confundidos con ellos. Con estos últimos ocurrió un episodio peculiar en 2008, cuando emos y punks protagonizaron una gran pelea en la glorieta de la avenida Insurgentes de Ciudad de México.
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Los emos también han sido el objetivo de grupos religiosos y conservadores, quienes cuestionan la forma en la que sus miembros romantizan la muerte, e incluso temas mucho más sensibles como el suicidio. También acusaban a esta subcultura de promover la práctica de autolesiones como cortes en las muñecas (lo que se volvió la principal fuente de estigmatización y burla contra ellos), o incluso desórdenes alimenticios.
Uno de los principales ataques mediáticos ocurrió luego del caso de Hannah Bond, una adolescente de 13 años de edad de Inglaterra que se quitó la vida el 6 de mayo de 2008. Sus padres aseguraron que la joven se había convertido en emo meses antes, y culparon de su muerte a la música que escuchaba, principalmente a My Chemical Romance.
“Nuestras letras son sobre encontrar la fuerza para seguir viviendo a través del dolor y los tiempos difíciles”, expresó la banda en un comunicado junto a sus condolencias a la familia de Bond. Desde entonces, su vocalista Gerard Way se desmarcó en varias entrevistas de la cultura emo. Esto a pesar de que, contrario a los sectores que promueven la autolesión, otros tratan de hacer énfasis en la importancia de la salud mental y de usar su expresión como forma de canalizar las situaciones personales que pueden llevar a una persona a tomar esa decisión.
Asimilación
La cultura emo entró en declive a partir de 2010, en parte porque muchos de sus grupos emblemáticos se separaron por esa época o cambiaron su estilo a otros estilos; aunque también por el cambio en el espíritu de los tiempos de las tendencias en una generación cada vez más marcada por la presencia de las redes sociales en sus vidas. La oscuridad del emo pronto cambió los colores neones y los bailes virales del “Gangnam Style” o el “Party Rock Anthem”.
Aun así, la estética que marcó a toda una generación de millenials sigue viva y se ha reivindicado con el tiempo, en la medida que los antiguos emos se han adentrado cada vez más en la adultez. El festival When We Were Young en Las Vegas (EE UU), o la expectativa por el regreso de My Chemical Romance tras seis años de inactividad evocan a la nostalgia por la década del 2000, ahora tan lejana como lo fue en su momento los ochenta.
Tras la pandemia, el emo parece haber encontrado una segunda vida, ahora dentro de la generación Z. Artistas como Willow Smith, Olivia Rodrigo o Machine Gun Kelly rescatan el espíritu emo adaptándolo a sus diferentes estilos, quizás como una nueva etapa, demostrando que permanecerá más allá de las modas.