- En El Diario conversamos con algunos venezolanos que demuestran con sus emprendimientos que quien quiere, puede, y que la satisfacción de ayudar es el mejor pago
Cuando un país está sumergido en una crisis tan profunda como la de Venezuela, es común escuchar noticias de comercios que cierran, emprendimientos que detienen su marcha y proyectos que se quedan en el papel.
Sin embargo, mientras algunos olvidan sus sueños a causa de las condiciones que los rodean, otros se llenan de fuerza para superar los obstáculos y sacarlos adelante.
Leather Heart, un peluche por alimentos y alegrías
Con los ojos cerrados, brazos extendidos y manos abiertas, más de 100 niños de comunidades vulnerables de Caracas y Miranda esperaban sentados en las gradas del Centro de Artes Integradas sin saber la sorpresa que los aguardaba.
Un grupo de personas comenzó a darles bolsas de tela blanca. A la señal de los voluntarios, los niños se apresuraron a asomar la mirada al interior del empaque; las sonrisas desbordaron el lugar y sus ojos comenzaron a brillar mientras abrazaban el peluche que habían recibido.
Pepe (un elefante), Pancho (un osito) y Ella (una yegua) son tres modelos de peluches que realiza Leather Heart, una iniciativa que nació en enero de 2018 con la finalidad de crear productos con propósito, y es que cada uno de los muñecos que realiza es 100% hecho con telas recicladas.“Lo que nos mueve y nos motiva es crecer a través del cambio de consciencia para lograr un mundo innovador y sostenible”, comenta Mariangel Molina, una de las fundadoras de Leather Heart.
Para hacer los productos, el equipo recibe donaciones de mermas de tela por parte de marcas venezolanas. En el caso del relleno, la organización compra los sobrantes de telas desfibradas.
Cada uno de los peluches tiene un corazón de cuero cosido a él. Esa figura, que también forma parte de las donaciones que reciben de uno de sus aliados, refleja el amor y la fuerza de un proyecto que crece a pasos acelerados.
Leather Heart fue concebido como un modelo de negocios con el que buscaron donar un peluche a un niño en situación vulnerable por cada venta que lograran concretar.
“Cuando empezamos a hacer las entregas nos dimos cuenta de que un niño no va a jugar completamente feliz si tiene hambre”, recuerda Molina, quien explicó que esta preocupación los llevó a aliarse con Alimenta la Solidaridad, una de las redes de alimentación más importantes de Venezuela. Desde entonces, además de los peluches, comenzaron a donar platos de comida a los menores de edad que asistían al programa.
En el primer año de trabajo (2018) lograron donar más de 13.000 platos de comida, 504 peluches y reciclar media tonelada de textiles.
“Los peluches son eso, un puente entre la posibilidad de colaborar con una causa que genere un impacto positivo y hacerlo realidad”, comenta Molina.Más de 30 mujeres se encargan de crear cada peluche. Muchas tenían conocimientos de corte y costura cuando llegaron al proyecto, pero hacer los juguetes no era una tarea similar a realizar un pantalón, una camisa o una falda.
“Iniciamos un entrenamiento. Hacer a Pepe, a Pancho y a Ella, y que además cumplieran con las expectativas estéticas que teníamos fue un proceso que duró entre tres y cuatro meses”, señala la fundadora de Leather Heart.
Asegura que muchas de las costureras del proyecto hoy día son sostén de hogar gracias a lo que reciben por su labor.
Molina considera que las condiciones en las que se encuentra Venezuela actualmente son una oportunidad para superar retos que los impulsen a ser cada día mejores. En agosto de 2019 las redes del proyecto anunciaron la llegada de Carey, una tortuga de peluche con cuya venta contribuirán a preservar las especies marinas de la costa del país.
“Nos motiva seguir haciendo lo que amamos. Nos motiva estar en Venezuela y saber que aquí se pueden lograr cosas importantes, saber que hemos tomado la decisión correcta, y generar un impacto positivo en nuestro país. Nos motiva el cambio, que además es una constante en la vida de todo ser humano”, sentencia.
Para saber más sobre Leather Heart puede visitar @leatherheart (Instagram) o visitar la página web http://www.leatherheart.fun/
Craski, un proyecto que lanza una estrella por cada venta
Decenas de niños corrían frenéticos por el patio de la Escuela Municipal María May de El Hatillo, estado Miranda, mientras otros formaban círculos para jugar entre ellos. La mañana de aquel viernes era especial en el plantel luego de que varias organizaciones llegaran hasta el lugar para participar en actividades recreativas.
Varias jóvenes, que formaban parte de uno de los grupos que visitó el colegio, comenzaron a salir de uno de los salones con varios paquetes de franelas. Algunos de los niños no tardaron en rodearlas. Ellas, con una sonrisa, comenzaron a repartirles las prendas.
Los pequeños se apresuraron a sacarlas de las bolsas: la imagen de un avioncito de papel rojo y nubes azules estampaban la blanca franela, mientras que en la etiqueta se podía leer el nombre de la marca que tenían entre sus manos: Craski.
Se trata de un emprendimiento creado en julio de 2017 por un grupo de jóvenes venezolanos que querían hacer algo positivo. Desde entonces se conformó un equipo que diseña y confecciona franelas para damas y caballeros con el fin de donar una prenda a un niño en situación de vulnerabilidad por cada producto que venden. El emprendimiento es online y tiene presencia en seis tiendas de diseño nacional.
“Ayudamos a que las personas ayuden también. Es una red espectacular de gente que aporta su granito de arena, que lanza su estrella, como decimos nosotros”, explica Magda Dos Santos, una de las fundadoras de Craski.Dos Santos siempre cuenta una historia cuando habla de Craski: la de un niño que recoge estrellas de mar en la orilla de una playa y las lanza al agua, a pesar de la crítica de un hombre que lo observa y asegura que su acción es poco lógica. “El niñito agarra una y le dice ‘mira, para esta estrella sí tiene sentido’, y la regresa al agua”, narra Magda, quien hace una analogía entre el cuento y la filosofía de la marca.
La fundadora del emprendimiento también explica que la playa con mayor número de estrellas de mar en Venezuela es el cayo Crasqui del Archipiélago de Los Roques, lo que sirvió de inspiración para definir el nombre de la marca.
“Nosotros sabemos que no vamos a solucionar los problemas del país, pero estamos convencidos de que ese momento en el que entregamos esa franela es un momento especial. Queremos ser esa playa donde nuestros clientes puedan lanzar su estrella”, dice.
Más de 700 franelas han sido donadas por el equipo de Craski desde su fundación. En dos años de trabajo han podido asistir a diversas actividades en Caracas, Miranda y Vargas junto a otras organizaciones.
Dos Santos considera que la actitud es fundamental para sortear los obstáculos que se presenten en el camino, especialmente para emprender en un país tan convulsionado, como Venezuela.
“Siempre le puedes dar la vuelta a las adversidades, y uno puede tratar de saltar esos obstáculos con determinación”, comenta la también directora de Craski, quien asegura que tienen planes de ampliar la línea de ropa que ofrecen, así como llegar a otras partes del país y el exterior.
Para saber más sobre Craski puede visitar @craski_ (Instagram).
El Panabus, solidaridad sobre ruedas
Cada mañana, de lunes a viernes, un autobús de vibrantes colores azules y verdes recorre las calles de Caracas para transformar vidas. Varias ilustraciones relacionadas al área de la Medicina decoran las ventanas laterales del vehículo, mientras que en la parte frontal, justo bajo el parabrisas, las líneas de un logo minimalista dibujan el nombre de la iniciativa: el Panabus.
Se trata de un proyecto ideado por un grupo de amigos pertenecientes a la fundación Santa en las Calles, cuyo propósito era ayudar a personas en situación vulnerable durante todo el año. Fue así como el vehículo se encontró con las calles de la capital por primera vez en noviembre del año 2017 para brindar asistencia médica, aseo, alimentación y ropa a quienes carecieran de ello.
Acercarse a quienes viven en las calles no es una tarea sencilla. Es por ello que Jesús Gómez forma parte del proyecto desde sus inicios. Su propia experiencia, luego de vivir durante 28 años en situación de vulnerabilidad, le permite dirigirse con propiedad a las personas a quienes el equipo del Panabus quiere ayudar.
“Mi labor es mediar con la persona en situación de calle, explicarle qué es esta unidad móvil, qué hacemos y qué es lo que queremos con ellos, que es reinsertarlos en la sociedad, que salgan de las calles y que cambien su calidad de vida”, comenta Gómez, quien es el primer contacto entre el Panabus y la persona.
Una vez que el individuo acepta acercarse al autobús, parte del equipo realiza una breve entrevista para conocer su historial médico, dolencias, dependencia del alcohol o drogas y las razones por las que está en las calles. Las respuestas y quedan registradas en un papel y la persona puede subir al autobús.
El interior del vehículo es tan llamativo como su exterior: una camilla con equipos médicos y sillas de color verde claro saltan a la vista. Al fondo hay un baño equipado con ducha y lavamanos, el primer espacio por el que la persona pasa al abordar el vehículo. Luego de asearse y vestirse con ropa limpia, pasa al área de barbería y peluquería.
“Esta es una de las partes más conmovedoras, porque cuando salen del baño y ven el cambio en el espejo, hay una transformación”, comenta Gabriela Zambrano, gerente de comunicaciones de Santa en las Calles.
La camilla es la tercera etapa del proceso. Una vez allí, dos especialistas hacen una revisión primaria y suministran medicinas a quienes tengan alguna dolencia. Posteriormente, pasan al área recreacional donde se les ofrece un plato de comida, jugo, y adicionalmente conversan con ellos para conocer más sobre su situación y su disposición para salir de las calles.
La ayuda que el Panabus da a las personas vulnerables no se queda en el vehículo. Zambrano explica que aquellos que quieran salir de las calles pasan por una segunda fase de acompañamiento y seguimiento.
“Cuentan con un equipo de desarrollo social que cita a la persona en algunos de nuestros aliados asistenciales, donde la atendemos y le hacemos todo un proceso de seguimiento. Si la persona quiere desintoxicarse, si quiere volver a trabajar o si no tiene documentos de identidad, se les brinda esa ayuda”, explica.
La capacidad de atención que puede ofrecer el Panabus se duplicó en junio de 2019 gracias al lanzamiento de la segunda unidad móvil. En casi dos años de trabajo y luego de aproximadamente 317 rutas por la ciudad, el equipo ha atendido a más de 1.160 personas, de las cuales al menos 26 han sido reinsertadas en la sociedad. Las alianzas con clínicas, hospitales, iglesias y diversas organizaciones han sido de vital ayuda para poder sacar el proyecto adelante.
“Es una alegría saber que uno cada día sale a ayudar a las personas que están durmiendo sobre un cartón, que están comiendo de la basura, que no tienen cómo bañarse, y llegamos nosotros con esta unidad y podemos ayudarlos a cambiar su vida el día de hoy. Queremos que mejoren su calidad de vida y estamos dispuestos a ayudarlos, siempre y cuando ellos lo deseen”, expresa Jesús Gómez.
Para saber más sobre Panabus puede visitar @panabus_oficial (Twitter e Instagram) o visitar la página web http://panabus.org/
La Fogata, una luz para niños vulnerables
El cielo comenzaba a despejarse y los rayos del sol cubrían el verde campo de la hacienda Caicaguana. En aquel lugar de Lomas de La Lagunita, lejos del caos citadino de Caracas, las risas de los niños que corren de un lado a otro y las conversaciones en inglés de un grupo de guías se escuchan con facilidad cada temporada vacacional de lunes a viernes.
No se trata de una actividad cualquiera. Todas las personas visten una camisa blanca. Un logo circular naranja o amarillo en el pecho resalta de la vestimenta, mientras que la estampa en color negro de “La Fogata” adorna la espalda.
El nombre pertenece a un campamento que dio sus primeros pasos el 28 de junio de 2012 con una temporada que acogió a 40 campistas en Caracas. Hoy día cuenta con cinco ediciones en las que más de 1.000 pequeños entre los 2 y 15 años de edad participan en actividades como excursiones, manualidades, deportes, tirolina, rapel y escaladas.
La Fogata tiene una particularidad y es que el idioma que se maneja en el campamento no es el nativo de “los fogateros”, como son llamados los campistas desde que ponen un pie en el proyecto.
“Decidimos arrancar La Fogata como un campamento 100% en inglés, un poco como para que los chamos comenzaran a ver ese idioma de una manera más divertida”, comenta Rogelio Diz, director de la iniciativa, mientras explica que para poder desarrollar la dinámica, los guías se forman en la Fogata University, un programa que dicta cursos para manejar con propiedad el idioma. Aquellos que logren graduarse pueden trabajar en el proyecto.
“El proyecto se ha convertido en algo que nos llena de mucho orgullo porque hemos graduado a más de 120 personas al año que forman parte de nuestra familia, que trabajan en nuestras temporadas y eventos”, señala.
En el campamento cada día es diferente: ferias de vaqueros y representaciones de justas, — duelos medievales entre dos personas — , son ejemplos de los juegos que pueden practicarse en La Fogata.
Además de las temporadas de verano, también realizan actividades en diciembre y eventos durante todo el año. Y para facilitar el traslado al campamento, cuentan con varios autobuses que recogen a “los fogateros” en puntos estratégicos de la capital.
En 2016, tres años después de comenzar con el campamento, la directiva de La Fogata decidió crear el Proyecto Antorcha, una iniciativa para que menores de edad de sectores menos favorecidos también puedan vivir la magia de convertirse en fogateros durante una temporada.
Rogelio Diz explica que desde entonces han tocado la puerta de la Alcaldía de El Hatillo para recibir una lista con los nombres de los estudiantes que obtuvieron los mejores promedios de las escuelas de ese municipio para que, de esta forma, puedan disfrutar de una temporada en el campamento completamente gratuita.
“El Proyecto Antorcha se ha convertido en una semana para darles gracias a estos chamitos que se han fajado en sus estudios durante todo el año escolar y motivarlos a que sigan adelante. En La Fogata siempre tendrán un lugar para ser felices, para venir a creer en la magia, para soñar y divertirse muchísimo”, expresa Diz.
Entre 80 y 120 niños han sido beneficiados cada año por el proyecto, que se materializa gracias a donaciones y a un porcentaje de lo recaudado durante el resto de las temporadas de La Fogata.
Diz explica que las actividades que realizan durante la semana del Proyecto Antorcha son iguales a las que desarrollan con normalidad en el resto del periodo vacacional.
Al final de cada semana una fogata es encendida junto a los campistas y los padres para marcar el cierre de cada una de las temporadas con el recuerdo de las aventuras que vivieron durante el campamento.
“A todos se nos ponen los ojos llorosos porque lo que vivimos aquí es mágico, no sabría cómo explicarlo. Los que han ido a buenos campamentos saben que lo que se vive aquí es magia, es algo que no puedes describir, y ver la cara de los campistas queriendo repetir el año que viene o llorando el último día porque se van, es el mejor pago que tenemos”.
Para saber más sobre La Fogata o el Proyecto Antorcha puede visitar @camplafogata y @proyectoantorcha (Instagram) o Camp La Fogata (Facebook).