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  • Cocinero, escritor, columnista. Siempre desde la comedia seria habla del país y sus tragedias, del oficio y la pandemia, de la herencia que le dejó uno de los personajes más importantes de la cultura venezolana: su padre. “Guerrillero del optimismo”, como se define, cree que todo tiempo futuro va a ser mejor. Y eso esperamos. Mientras tanto, se apega a uno de sus mayores placeres en la vida: no hacer nada

Para hablar con Claudio Nazoa hay que empezar a perseguirlo con una semana de antelación. Él dice que no se esconde, pero uno realmente no está seguro. Que se va de viaje, que en la carretera no hay señal, que se retira a una casa en la montaña, que llegó pero debe volverse a ir, que ya está muy cansado y así no, no se puede. “Ahora te llamo y tú no apareces”, me dice. Luego lo llamo yo, pero me ignora. Finalmente coincidimos en un día y momento. Pero esa seña cambia abruptamente y debemos conversar cinco horas antes de lo acordado. Está bien, a marcar el número de teléfono otra vez. Igual todo siempre es en broma, nada demasiado en serio.

“Eres insistente”, me dice. “Deberías trabajar en una tienda vendiendo productos de dieta o parcelas en el cementerio”. Y comienza a relatar una anécdota o invento; uno nunca está muy claro, pero siempre le sigue la corriente. Entonces habla de unas muchachas muy lindas que trataron de venderle a él y a Laureano Márquez unas parcelas en el Cementerio del Este. “Yo no quería. Y ellas decían: el hueco es grande, friíto, con gramita. Y así compras las de tu mamá y tu tía, que se van a morir también… al final Laureano compró una”. Y al lado de Rafael Caldera, remata. Es karma, digo yo. Sí, karma, contesta él. 

Claudio Nazoa nació en Caracas hace más o menos varios años. Humorista, cocinero, ha escrito libros gastronómicos como Mesa de aguinaldo (Ediciones María di Mase), también textos para niños (La culebra Coralia, de Ediciones Panapo). Es columnista y publica actualmente en el diario El Nacional, donde ganó el Premio Otero Vizcarrondo al Mejor Artículo del Año y ha recibido varias menciones como articulista de humor. Aunque su biografía la completa en Instagram así: “Se aceptan mujeres hermosas y dispuestas a todo. Soy guapo y bien dotado”.  Es hijo del poeta, periodista y humorista Aquiles Nazoa, uno de los principales referentes de la cultura venezolana del siglo XX. Su madre acaba de celebrar cien años de vida.

¿Cómo ha cambiado la dinámica de los show y presentaciones en este contexto pandémico? 

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—El mundo cambió de verdad. Es un lugar común, pero hay que seguirlo diciendo. Estamos como en una especie de pesadilla de la cual no despertamos. Y los venezolanos tenemos doble pesadilla, una dentro de la otra. La gente está con muchas ganas de vivir y hacer cosas, pero a la vez con mucho miedo de hacer cosas y vivir. Hay una desconfianza no solo por el covid-19, sino hacia todo. Yo lo lamento mucho sobre todo por los jóvenes. Por culpa del viagra tengo una hija que se graduó de bachiller en estos días. Estuvo 4to y 5to año encerrada en un cuarto. Sin clases, sin fiestas, sin los amigos, sin verles la cara a los profesores. Les ha tocado muy feo a los muchachos. Y ahora todo es “¿recuerdas cuando hacíamos tal cosa? ¿Cuándo ibas a una fiesta y besabas a la gente y bailabas pegaito?”. Todo es un “¿te acuerdas?”. Ya me tiene preocupadísimo. Hace unos días estuve en Oriente para unas presentaciones y vengo alarmado. Desilusionado. Triste por la destrucción absoluta que hay en Venezuela. Da pánico. Te sueltan en el Amazonas con tigres y es menos peligroso a que te suelten en una carretera de esas. En todo el viaje de Caracas a Maturín hay un solo baño. Uno solo, en El Guapo. Y un baño en condiciones no normales. Y tiene un letrero que dice: “Este baño ha sido recuperado por el Ministerio de Turismo”. Y no tiene agua. Es increíble. Todo cerrado, los dueños se fueron. Me recordó mucho a Chernóbil, todo abandonado. Y yo soy muy de que no puedo vivir sin vivir en Venezuela. Me gusta viajar, pero siempre quiero volver.

Con ese panorama, ¿qué has hecho estos últimos meses?

—El año pasado, en marzo, Laureano Márquez y yo teníamos una gira en Europa. Íbamos a rodar por París, Madrid, Barcelona. Y en todos los lugares nos decían que la cosa no estaba tan mal, que eran exageraciones. Entonces me fui. Y cuando llegué estalló la pandemia fuerte, cerraron los aeropuertos. Yo tuve suerte y logré llegar a Tenerife, a casa de Laureano. Estuve tres meses allí, en total más de ocho meses fuera de Venezuela, varado. Pude visitar a mi hijo. En todas partes me trataron muy bien, como un rey; pero ser rey obligado es mal también, porque yo no quería estar allá, quería venirme. Fui a tratar de ganarme un dinerito y no solo no me lo gané sino que tuve que mantenerme y mantener la casa. Regresé sin nada, sin montarme en un escenario en Europa. Nada. Volví en un vuelo de los que llaman humanitarios, pero pagado por mí. Meses después hice una función con Tania Sarabia, con la que reabrimos el Centro Cultural BOD, eso calentó el ambiente. Luego surgió una oportunidad de Maturín y Puerto La Cruz, con las restricciones y toda la cosa. En resumen: he trabajado muy poquito para lo que me encantaría hacer. Lo que más he hecho es no hacer nada, que es lo que más me gusta hacer, en verdad. Lo único malo es que es un placer que no produce dinero. Yo le aconsejo a la gente en general que haga nada. 

¿Y qué haces cuando no haces nada?

—Veo Sábado Sensacional. Y veo el techo. Sabes que hay gente que se preocupa porque no tiene nada que hacer, pero también es parte de la vida no tener nada que hacer. Soy partidario de que a veces en la vida no tienes nada que hacer. Entonces, por qué hacerlo. Yo promuevo eso. Y hay gente que se pone a hacer deportes, una cosa espantosa levantar pesas. 

¿Uno se puede cansar de no hacer nada?

—No. A veces haciendo nada es cuando a uno se le ocurren las mejores ideas. Como a Isaac Newton, que estaba ahí sin hacer nada debajo de un árbol y de repente cayó la manzana y se le ocurrió todo el asunto de la gravedad. O Alexander Fleming, que inventó la penicilina: estaba sin hacer nada y había dejado un sándwich mucho tiempo y le salieron pelos y un día se cortó y ahí está. Y hay otros vagabundos en el mundo, como Luis Pasteur, a nadie de su época se le había ocurrido hervir la leche, él lo hizo pero luego dijo que no se la iba a tomar y la metió en la nevera y ahí ves. Hay gente que se hace famosa haciendo nada.

El trágico humor de la política continental

Caludio Nazoa
Foto: Tomás Lovera T.

Hemos visto y seguimos viendo errores en la política de Suramérica, ¿no hay esperanzas para estos pueblos, volveremos a repetirnos? 

—Le estás preguntando eso al guerrillero del optimismo que soy. Siempre pienso que todo tiempo futuro va a ser mejor. La segunda respuesta es: viendo lo que pasó en Perú, creo que Chávez es Uslar Pietri al lado de ese señor que ganó las elecciones.

¿Qué cosas locas crees que suceden solo en esta Venezuela?

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—El baño ese que recuperaron. Pero hay algo, la gente siempre piensa que las cosas más locas pasan en el sitio que conocen. El humor tiene una cosa y es que puede ser universal. Chaplin hizo un humor universal; también Cantinflas, que no hacía concesiones. Él no decía: vamos a hablar venezolano para que los venezolanos entiendan. No. Él hablaba mexicano. Los venezolanos hemos tenido esos complejos de querer adaptarnos. No. Lo que tienes que hacer es que el conocimiento sea universal. Aunque eso no quiere decir que el humor localista no sea bueno. El humorista tiene que tener la llave maestra que se adapte a abrir cualquier puerta.

Con el humor y la cocina, ¿con qué sazonas esta tragedia de país?

—Cuando uno tiene esta profesión extraña… Los humoristas tenemos una cosa: que sabemos sacar provecho a la realidad, aunque sea muy mala, como la que estamos pasando. Y no es un provecho para evadir, al contrario. No evades. Ves cosas que los demás no ven. Pedro León Zapata decía que es muy difícil el concepto de lo que es el humor: un humorista es un enfermo mental cuya enfermedad le impide ver la realidad tal cual es e inventa cosas. A mí se me ocurría, viendo el desastre de Venezuela en el viaje a oriente, ¿has visto las estructuras del metro que nunca terminaron en la carretera Guarenas-Guatire? Es una vergüenza. Digo: en países como Egipto, Perú y México tuvieron que esperar 4.000 años para que las edificaciones se jodieran y poder llevar turistas. Nosotros jodemos y no traemos nada. Dentro de 2.000 años, cuando las arenas descubran esa estructura, los arqueólogos dirán que ahí hubo una civilización arrechísima y esas cosas que ellos inventan. Eso es una crítica humorística, con la que la gente se ríe y después lo piensa. El ser humano tiende a acostumbrarse a lo malo. Las personas que pasan por ahí son víctimas que no deberían pasar por debajo sino por encima para llegar a su casa y no hacer cola. Es el clásico cuento del rey desnudo: el humorista es el que dice que el rey está desnudo. Si las matemáticas las enseñaran con humor, los muchachos sabrían algo de eso. Oscar Yánez contaba las cosas de forma tan divertida y cómica y a la vez tan profunda. Laureano que estudia cosas inútiles como politología y esas que terminan en ía, y sin embargo hace que te intereses por el tema e investigues. El arte del humorista es para reflexionar, pero no lo puedes fingir. Es como el amor: no lo puedes fingir porque es un fracaso. La gente se enamora porque está loca.

Como columnista, además, abordas diversidad de temas. ¿Cómo saber siempre sobre muchas cosas?

—A mí no me gusta ser maestro, no me gusta dar lecciones, pero como el anciano en etapa terminal que soy, la gente se me acerca a preguntarme cosas. Hay cualidades, haber nacido con el don. Yo me pongo a tocar piano y a cantar y no sé hacerlo. Es imposible. Pero Teresa Carreño nació con el don de tocar el piano. Lleva eso al humor. Hay gente que nació para ser humorista. Hay otros que lo hacen por vacilón y se empeñan en ser humoristas, y es mejor caer en gracia que hacerse el gracioso. Yo les digo a los muchachos: lo primero es la humildad, porque hay unos que tienen un pequeño éxito diciendo vulgaridades y groserías en un escenario y como la gente los aplaude creen que son cómicos, se creen Chaplin. La humildad. Y otra cosa importante: tener cierta cultura general. Una vez tenía un muchacho que estudió en la universidad y lo habían contratado para un show en San Carlos y no se sabía ni los límites de Caracas. ¿Cómo vas a hacer reír a la gente de una ciudad si no sabes de qué vive ni qué hace, ni dónde queda? La cultura general, sin ser un Uslar Pietri o un Andrés Bello, pero por lo menos saber cuáles son los límites territoriales, los próceres. No puede ser que nada más conozcas de Hugo Chávez para acá. 

La herencia que es de uno

¿Cómo ha sido hasta ahora ser hijo de Aquiles Nazoa?

—Me costó más que a otras personas abrirme en mi propio campo. Aunque un día le van a preguntar: ¿Tú eres el papá de Claudio Nazoa? Yo quería ser hijo del papá de Lorenzo Mendoza, pero mi mamá se enamoró de un poeta sabio, chévere, maravilloso, pero que no me dejó nada. El papá de Lorenzo Mendoza se murió y le dejó la Polar; mi papá me dejó herencia cultural que hasta el momento no sé para qué sirve. Siempre trato de usarla. Pero no sirve para nada. Prefiero la otra herencia: en vez de la herencia cultural, prefiero la herencia Polar. 

¿Esa herencia ha influido en la elaboración de tu currículo?

—Nunca lo pongo. Siempre digo que yo nunca estudié para nada. En el colegio, las maestras cuando me raspaban se decían que eso no podía ser, que seguro yo era un genio por ser hijo de Aquiles Nazoa. Entonces me pasaban, creyendo que las equivocadas eran ellas. Yo en mi CV sí puse que Hugo Chávez me dio la mano y Rómulo Betancourt me pellizcó un cachete. 

Leí en alguna página de Internet, de esas que a veces inventan biografías a los famosos, que eres también conferencista para el crecimiento personal. ¿Cómo es eso?

—Yo no sé quién carajo puso eso. Y no sé qué es eso. Yo tengo un libro que se llama ¿Quién se ha llevado mi papelón? y Mi vida de monja, que es un libro no para crecimiento personal, sino para lo contrario: que la gente no crezca. Odio los crecimientos personales, ¿qué es eso? Eso es embuste. Me puedes ofrecer cualquier cosa menos personal. 

Humorista, cocinero, columnista, autor publicado, hijo de Aquiles Nazoa. ¿Sientes que has hecho suficiente con tu vida?

—Esa pregunta es malvada. Es para un tipo que obviamente ha fracasado. No sé si he hecho suficiente. Trato todos los días de hacer algo. Te voy a decir un secreto muy en serio: uno siempre lleva un esquema sobre lo que va a decir cuando sube al escenario. Yo a veces llevo una idea y voy cambiándola. Entonces, imagínate, todos los días trato de… ¿cómo es que es la pregunta humillante?

Si has hecho suficiente con tu vida…

—Eso es como… qué voy a saber yo. Creo que no. Trato todos los días de hacer algo aunque no sea suficiente, pero lo que más me gusta es no hacer nada.

Y entre todo lo que eres, ¿eres feliz?

—Muy feliz. Trato de serlo y no disimulo la felicidad. Me siento muy feliz.

Un silencio a ambos lados del teléfono. Un “gracias por todo”. Mencionamos algunos temas triviales antes de finalizar la llamada. “Eres insistente conmigo”, vuelve a decir. “Has estado llamándome a toda hora. Estaba a punto de hacer el amor, me llamas. Voy a comer, me llamas. Me estoy bañando, me llamas. Me bombardeas por todos lados: ¡Atiéndeme, desgraciado! Y yo no he hecho nada. Es una pesadilla. No sigas fastidiando. Me llamas otro día para otra cosa. Chao”. Risas finales antes de colgar. 

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