- Gonzalo León Báez es un pintor que aprovecha al máximo su experiencia en la industria publicitaria. Constantemente reflexiona sobre su estética y en conjunto con su familia impulsa a diario numerosos proyectos artísticos | Foto: Laura Hernández
Desde 2012, Gonzalo León Báez reside en Bogotá, “La Nevera de Colombia”. Durante este tiempo, el artista ha validado la franqueza electrodoméstica de este apelativo. “Sí, quizá es un poco más fría que mi clima ideal”, acepta desde Cedritos, barrio también conocido como Cedrizuela, donde la cálida amabilidad de los vecinos ha contribuido a estabilizar el termostato de la ciudad nevera. Más allá de las condiciones climáticas, este artista se siente como en casa.
Los trayectos de León Báez no suelen ser tan extendidos ni sinuosos como los trazos que apreciamos en sus obras. Sus recorridos se mantienen en un perímetro cercano: «El parque, mi estudio y mi casa, soy así de simple», señala y resume sus hábitos de este modo: “Jugar básquet por las mañanas. Luego pintar. Pintar y dedicarme a todo aquello relacionado con la industria del arte. Pintar todo el día. En el proceso, comparto con mi familia. Los involucro en mis proyectos. Hacia la noche, ceno, veo pelis y juego con mi esposa e hijos. Mi familia es mi diversión, y amo pasar el tiempo con ellos”.
Gonzalo León se licenció como ilustrador en el Instituto de Diseño de Caracas y en la Escuela Superior de Creativos de Buenos Aires obtuvo el título de director de Arte, méritos que avalaron su trabajo en agencias publicitarias para marcas como Cola-Cola Company, Chevrolet, Sprite y Deportivo Cali.
En esta entrevista exclusiva para El Diario conoceremos la propuesta estética de Gonzalo León, quien concibe su arte como el “resultado de la búsqueda, la observación y el juego”. Entonces, a modo de un recorrido por una galería, conversemos con este ingenioso artista.
Pasen adelante, ¡inauguremos la exposición!
Sala 1: Los trabajos y los días
León se define de este modo: “Siempre me he ganado la vida aportando creatividad en la industria publicitaria, y esa experiencia me ha permitido desde hace unos buenos años compartir y vender mi arte, mi forma de ver el mundo. Soy artista desde que recuerdo. Hijo mayor en una familia de cuatro. Mi hermano Pedro es mi mejor amigo. Al igual que mis dos hijos, Mila (8), Orazio (6) y Milena, mi enamorada.
—En la actualidad, el artista debe subsistir, mantenerse, y si lo hace trabajando en su oficio artístico, pues, mejor que mejor. ¿Cómo encaras un trabajo por encargo?
—Primero, me emociona saber que hay gente que confía y gusta de mi estilo artístico. Al inicio de mi carrera, sentí mucho apoyo en mi círculo de amistades, lo que me dio la confianza para seguir pintando (aún sabiendo qué significa vivir como artista). Luego, y gracias a mi manejo a través de las redes sociales y participaciones en eventos de arte y exposiciones, comenzaron a llegar pedidos de personas externas a ese círculo. Me escribían o llamaban directamente. Me preguntaban por mi arte.
Y ahí comienza el proceso.
Siempre los invito a conocer mi estudio, ¡es la oportunidad perfecta para acercarme a lo que están buscando! Con una conversación fluida los voy descifrando y en ella estipulamos tiempos de entrega, materiales y el precio final de venta. Con esto de la pandemia realizo el proceso por vídeollamada.
—En algún momento comentas en tus redes sociales que amas “hacer analogías entre la vida, el arte y el marketing digital”, ¿cómo son estas analogías y cómo fusionas y/o equilibras el lado mercantil con el arte?
—Pinto lo que me mueve y lo expreso principalmente a través de una línea continua. Ella define mi estilo artístico. A veces esta línea está acompañada de mucho color y otras se muestra en blanco y negro. Comienza en un punto y termina en otro y siempre es posible observar un resultado final. Entonces, si lo miras de ese modo, es como la vida misma. Creo que las analogías se dan naturalmente porque veo mi vida como arte y siento la necesidad de mostrarlo al mundo.
El lado mercantil —risas—, bueno, sigo en la carrera de la rata. Aunque quiero invertir todo lo que gano haciendo arte en el mismo arte, aún no puedo. En este momento, debo seguir pensando en “vender”, pero cada vez estoy más cerca de poder hacer arte sin pensar en un lado comercial: solo expresión total y sin límites.
—Y es algo que muchos artistas, escritores, y sobre todo, contratistas, deben tener presente: tu trabajo, bajo cualquier circunstancia, vale. En este sentido, ¿qué enseñanzas y métodos te dejó el mundo de la publicidad?, espacio que en no pocas ocasiones encontramos piezas artísticas de indiscutible belleza, y un espacio en donde debes dejar a un cliente satisfecho.
—En este momento investigo los gustos de mis clientes y comunidad. Observo el espacio, tiempo y contexto. A partir de eso, hago arte. Por supuesto, mi personalidad va plasmada en cada obra, pero pienso en ellos y en un resultado que los haga felices. Ese es un proceso muy publicitario: pensar y trabajar basándose en satisfacer y superar las expectativas de mis clientes. Entonces, no deja de ser un brief en la mesa de un creativo publicitario, con tiempos de entregas y todo.
Cuando no son pedidos, sino mi obra en sí, es muy diferente. Simplemente me expreso y saco lo que está dentro de mi corazón, sin tiempos, ni contextos, ni precio.
Sala 2: Venezuela
Gonzalo León Báez emigró en 2007. Cuando evoca Venezuela, nos enumera una sucesión de imágenes digna de un paquete turístico: “Mi vida en Venezuela era muy movida. Hasta mis 20 años fue familia y amigos. Entre Caracas y Río Chico. O Todasana. Y una vez cada año, fijo, una semana en la Colonia Tovar. Sin duda, una vida muy feliz y agradecida”. A estas postales, desliza añoranzas de su ciudad: “Extraño a mi gente reunida, el clima y mi casa en El Valle. Una Caracas, ¡ufff!, encendida. Excesiva. Hermosa”.
—¿Cuál es el peso de la nostalgia en tu proceso artístico?
—La nostalgia es una de mis motivaciones. Es darle vida y valor a instantes que permanecen ahí guardados en el alma y que gracias a mi arte puedo sacarlos, desarrugarlos, quitarles el polvo, vestirlos bonito y adornarlos para luego disfrutarlos y compartirlos. Entonces, imagínate cuál es el peso de la nostalgia en mi vida y en mi proceso creativo. Pesa mucho, pero no incomoda, al contrario, la disfruto.
Por ejemplo, mi primera expo con el estilo que hoy me caracteriza fue “Un Tejido por mi País” y la nostalgia fue el ingrediente fundamental. A través de mi línea continua uní historias para darles sentido y mostrar un punto de vista nostálgico, crítico y esperanzador de lo que siento por mi patria. Fue una serie dedicada a los que ya no estamos, pero regresar deseamos, y a los que resistieron y se quedaron.
Fue una muestra simbólica donde pinté y escribí desde el corazón. Lloraba mientras lo hacía —risas.
Sala 3: Family Art Home:
“Llegué a Bogotá gracias a mi chica Mile, quien es de aquí. A ella la conocí en Buenos Aires en donde estudiaba en la escuela de creativos, vendía arte en el antiguo San Telmo y trabajaba en agencias de publicidad. En Buenos Aires viví 5 años, del 2007 al 2012”, recuerda el artista.
—¿Cómo nació Family Art Home?
—Siempre quise tener hijos siendo joven para poder disfrutarlos. Esto es algo muy raro de escuchar hoy en día. ¡Imagínate la reacción de las chicas cuando lo decía!, ja ja, ja, pero una gran noche en Buenos Aires conocí a mi maravillosa Milena, mi artista, e inmediatamente nos enamoramos. Para mí fue magia y arte puro. No puedo hablar de Family Art Home sin hablar de ella, literalmente ella es @familyarthome en Instagram. Milena es el centro. Ella es Family Art Home, ese hogar, esa familia de artistas. Su rol es conseguirnos oportunidades, ventas, exposiciones, castings, pinta, crea con diversos materiales y, por si fuera poco, es capaz de mantener la paz y el orden en casa, educar a los niños y, a veces, a mí, pero su mejor papel es mantenernos unidos a punta de besos y amor.
En 2012 me regaló a Mila y en 2014 a Orazio. Como era de esperarse nacieron alrededor de ideas, lienzos, pintura y música. Ellos son los hijos que siempre soñé y con tan solo 8 y 6 años de edad se expresan de una manera increíble con las artes, tanto así que, junto a Milena, le abrimos y administramos una cuenta de Instagram para mostrar sus habilidades. Los invito, lectores de El Diario, a echar un vistazo a @milita.milonga.
Vivir este presente con ellos no es casual. Mi madre y mi hermano son artistas, mi abuelo, padre y tíos, publicistas, creo que solo me dejo fluir. No le estorbo a mi destino, lo abrazo.
Sala Cuarentena: #101Retratos y Sentidos
Durante este 2020, Gonzalo León Báez conoció la ansiedad y la incertidumbre.
—¿Cómo las atenuaste? ¿Aún persisten?
—En 2020 y gracias a la pandemia de covid-19 conocí más a fondo el poder del arte, no para los demás, sino para mí. Esa ansiedad e incertidumbre ruidosas que sentimos en nuestro hogar las callamos pintando, creando, ya no mirábamos para afuera sino hacia dentro. Esto hizo que nos reconociéramos para ser más auténticos. El arte fue y es nuestra medicina.
Vivo en cuarentena prácticamente. Mi rutina es pintar. Esta cuarentena me llevó a descubrir mundos diferentes en mi arte y eso fue nuevo y divertido.
—¿Describirías estos mundos?
—Este fenómeno de la pandemia, el aislamiento social, el miedo y la incertidumbre me hicieron dejar de vivir plenamente el presente y pensar más en el futuro. Ya no veo rostros, sino tapabocas, ya no abrazo ni doy apretones de mano, ya vivimos más distantes de lo que lo hacíamos y en ese momento me di cuenta de lo importante que es ver las sonrisas de mis vecinos y abrazar a mis amigos. Justo ahí descubrí el mundo de los retratos, así, sin tapabocas, sonriendo y lo más importante: ¡unidos! Entonces, comencé la obra colectiva 101 Retratos —aún en proceso.
Básicamente, uní 101 rostros con mi línea continua. Mi intención es mostrar que hay esperanza en ser mejores, pero solo si estamos unidos en ideas y acciones, si nos convertimos en uno a pesar del distanciamiento. Sin esta situación quizá no hubiese descubierto este mundo maravilloso de los retratos.
—De alguna manera #101Retratos me lleva a pensar en otra de tus series: Sentidos, y de cómo la naturaleza ha centralizado en el rostro casi todos los sentidos: la vista, el oído, el gusto y el olfato. En estos tiempos de pandemia, donde muchos afectados han presentado la perdida del gusto y el olfato por tiempo indeterminado, ¿cómo precisamente planteas el sentir y sentido de esta serie?
—Sentidos fue una serie “experimento”, realmente se trata de bocetos a color, una especie de preparación posterior para entender la complejidad del “ser” y la conexión con ese ser sí tuvo como resultado una colección de exposición.
—Hablemos del tacto, el tacto para el tatuaje. Las superficies en las que pintas suelen tener texturas similares, pero cómo cambia la dinámica de trabajo a la hora de trazar una sucesión infinita de puntos en otra piel, en la dimensión de un cuerpo. Se trata de una pieza de tu arte que se “exhibirá” de forma permanente, íntima y públicamente a donde esta persona vaya hasta el fin de sus días. ¿Cómo afrontas la delicada realización de cada tatuaje?
—“No le digas al mundo lo que piensas, muéstraselo”, esa frase describe mi forma de ver este tipo de arte que, a pesar de generar buenos ingresos, siempre ha sido un hobbie para mí. Simplemente es diversión. Una diversión con mucho respeto y responsabilidad.
A los 15 años me hice mi primer tattoo. Ese día descubrí este mundo y desde ahí no he parado. Cada tattoo cuenta una historia, historias de mucha importancia para cada cliente. Me honra ayudarlos a contarlas a través del arte y en cada uno pongo todo mi empeño.
Mi hermano Pedro es mi maestro en este arte, él vive para eso y me motiva a diario a ser mejor. Cuando sea grande quiero tatuar como él.
Sala 5: Existencia
—Y de los rostros, los sentidos y el tacto del tatto, pasamos a la Sala Existencia. En tu serie dedicada al ser, a través de piezas como Soy presente, Soy sabiduría, Soy belleza, Soy resiliencia, ahondas en varios aspectos de la sensibilidad humana. ¿Cómo se relacionan entre sí y cómo llegaron estos conceptos a convertirse en parte de tu ser?
—Hay un motor que nos impulsa a diario, muchos no nos detenemos a preguntarnos de qué se trata. Simplemente andamos. Hubo un momento que a pesar de tener una familia unida, trabajar creatividad con la marca que siempre quise (Coca-Cola), tener mi estudio de tattoos y conseguir que inversionistas confiaran en mi emprendimiento (WheelsHouse.co), me sentí vacío, triste y me pregunté por qué.
Me permití descubrir que no tenía identidad, solo cumplía con los estándares de la sociedad y busqué ayuda.
Hice un viaje interior. Fui a un psicólogo, leí mucho, hice sesión de constelación organizacional, leí más, fui con un taita maya, tomé yagé y todo ese proceso me llevó a mi niño interior. Volví a ser yo en mi esencia y logré ver lo que realmente soy, descubrí mi identidad. Hoy felizmente digo que soy artista. Esa es mi misión. Aquí y ahora, ser un artista feliz. Justo ahí nació mi serie “Lo que somos” con la intención de permitirle ver a los demás ese niño interior y esas cualidades que nos definen como seres humanos.
La línea de la vida y el arte
Las líneas de la vida y arte de Gonzalo León Báez se encuentran, se entrecruzan en el presente, se tensan, hilan y tejen emociones, se hacen una y la misma: una línea infinita: “Siempre estoy en un viaje interior, esa sensibilidad de artista. El resumen de mi pensamiento es que esta vida es solo una etapa y es muy corta, por lo que la vivo con intensidad, agradecido, aceptando, respetando, pero, sobre todo, amando. Esto último sonó reee hippie, ¡pero así vivo!”, exclama el artista.
—Probablemente, tu tarjeta de presentación es una de las más originales que he visto. En ella leemos:
La realidad está compuesta por líneas. Desde aquellas que percibimos a simple vista hasta las líneas invisibles trazadas por ondas, fotones de luz, el recorrido de las partículas que conforman la materia. De igual modo, el arte de León Báez se compone de líneas continuas que prefiguran un detalle de la naturaleza, de la ciudad o del cosmos. Se me ha hace inevitable recordar el epílogo de Jorge Luis Borges a su libro El hacedor: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas”. Finalmente, a este hombre se le revela que ese “paciente laberinto de líneas” retrata la imagen de su rostro.
—¿Qué es para ti el trazo de una línea?
—Veo la línea como la vida misma, en un punto comienza y avanza hacia lo desconocido, en el camino se hace curva, se topa con intersecciones y puntos, a veces se muestra a color y otras es blanco y negro, pero lo que es seguro es que en un punto termina y es posible ver un resultado. Ese resultado es el resumen de lo que fuimos y así es mi obra. Una línea continua que cuenta historias.
—¿Cuál ha sido el recorrido de la línea de tu arte y hacia dónde aspiras que se proyecte tu propuesta estética?
—El arte le ha dado sentido a mi vida y me ha mostrado el poder que tiene para comunicar y hacer que las personas tomen decisiones. No sé a dónde me lleve, pero aspiro ayudar a la mayor cantidad de personas a través de él.
—Cuéntame sobre tu experiencia al versionar obras como El beso de Klimt o El Guernica de Picasso. ¿Cómo es el Guernica de León que será expuesto próximamente?
—El beso de Klimt fue un pedido muy gracioso, una chica fanática de su arte me pidió mi versión de la obra, pero con su rostro. No sabía cómo quedaría. Sin embargo, lo hice y el resultado y la experiencia ¡me encantaron!
Con El Guernica fue diferente. Existe una exposición internacional muy importante y alegórica al gran maestro Picasso, La Picassiana. Quise participar en su décima edición y al estudiar la historia del artista me di cuenta que él versionaba obras de otros grandes artistas de su gusto, como Velásquez y Da Vinci. Decidí hacer lo mismo y versionar con mi estilo lo que para mí es su mejor obra y así nació “Guernica de León”. Con esta obra pude entrar a la expo que se llevará a cabo desde el 23 de octubre del 2020.
—No quiero despedirme sin contar un poco sobre mi última serie “La huerta independiente”. Durante meses deshidraté y adapté frutas y vegetales para crear obras de arte. Las mezclé con técnicas como línea continua, pintura acrílica y hojilla de oro, conformando así mis nuevas obras “Ajo, fresa, pimentón”, pertenecientes a esta serie.
Todo esto con el propósito de enviar a través del arte y la cultura un mensaje de Cultivo en Casa, sembrando una semilla en la mente de sus observadores e inspirándolos a dar un paso adelante hacia una alimentación orgánica, saludable y, por ende, a una mejor calidad de vida.