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  • El escritor cubano nació un 16 de julio de 1943 en Aguas Claras, un pequeño poblado de la isla. Su obra es un recordatorio constante del verdadero rostro de la dictadura castrista

En su último suspiro Reinaldo Arenas escribió una carta de despedida a todos sus amigos cercanos. En ella, escrita desde su pequeño apartamento en Nueva York, Estados Unidos, mientras padecía los síntomas del Sida, culpaba a una sola persona de las desgracias que lo habían llevado a morir en una tarde fría lejos del malecón habanero.“Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Solo hay un responsable: Fidel Castro”.

La obra de Reinaldo Arenas, perteneciente a las fechas del boom y postboom latinoamericano, es un testimonio cabal, de carne y hueso, de las represiones de un sistema político ante un hombre disidente por partida doble: homosexual y opositor. Incluso, en el exilio, lejos de Cuba, en Estados Unidos, nunca encontró un espacio para reconocerse más allá de la memoria. Esos recuerdos, al final de su vida, estaban inundados por la pesadez de la cárcel y la muerte. 

Reinaldo Arenas

Reinaldo Arenas nació el 16 de julio de 1943 en Aguas Claras, Cuba. Sus referentes familiares eran por enteros campesinos pobres del campo cubano y desde muy joven mostró destellos de talento literario, en la lectura de algunos poemas en clases y el reconocimiento del lenguaje como un campo de juegos, moldeable e intercambiable. Posteriormente, en 1958 se unió a la insurrección liderada por su futuro verdugo y sintió alegría con el triunfo de la Revolución Cubana un año después.

En los primeros años de algarabía y utopía, Reinaldo Arenas participó de los círculos literarios de la isla y su educación autodidacta se enriqueció con la instrucción de José Lezama y Virgilio Piñera, quienes desde su lugar reconocido en la literatura cubana avalaron los primeros textos de Arenas. Luego, a los 19 años de edad, publicó su primera y última novela en Cuba titulada Celestino antes del alba. El resto de su obra se publicó en el extranjero; eran manuscritos escondidos tras las corrosión de las paredes, bajo de las pocetas y liberados, simplemente, cuando algún literato cercano se llevaba esas hojas fuera de Cuba.

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Celestino antes del alba fue la primera novela de “la pentagonía”, un grupo de cinco textos que narran “la verdadera historia de la Cuba” contemporánea. Este cúmulo de obras se completa con El palacio de las blanquísimas mofetas, Otra vez el mar, El asalto y El color del verano.

La obra literaria de Reinaldo Arenas

La primera novela de Arenas recrea un lugar de entusiasmo reconocible en esos pequeños años. El buen revolucionario era el objetivo del hombre nuevo y la revolución el ejemplo utópico de aquel sistema que sería igualitario y respetuoso ante la diferencia; sin embargo, el desengaño ocurrió de manera rápida y violenta. En la década de los sesenta el régimen aumentó su persecución sobre las personas homosexuales y la disidencia de Arenas aumentó, hasta convertirse, como todo aquel que piense distinto, en un estorbo para la dictadura

En 1973, después de sufrir los embates del régimen por su reconocida homosexualidad y, al mismo tiempo, por los textos que lograban escaparse de las falanges tenebrosas del control propagandístico del Estado, fue acusado de abuso sexual. Arenas escapó al campo cubano y se escondió durante un par de meses, entre la maleza, las aguas saladas y la bienaventuranza de un pedazo de pan suelto. En un momento intentó escapar en una boya inflada e inestable, pero el plan fracasó y tiempo después fue encarcelado por el régimen en la prisión El Morro. 

El escritor que defienda una dictadura, y sobre todo una dictadura tan minuciosa en su espanto como son las dictaduras totalitarias de izquierda, está defendiendo su sepultura”, dijo en una entrevista en el exilio. “Hay una posición muy ventajosa entre los escritores de izquierda que viven en los países capitales y disfrutan de todas las ventajas de la democracia y de las rentabilidades que da atacar a la democracia. Esos escritores, quizá, si vivieran en un país comunista y no pudieran salir, cambiarían su manera de pensar y no pudieran escribir nada”, exclamó.

Estuvo preso durante dos años y en su autobiografía, Antes que anochezca, escribió lo vivido entre esos barrotes de un fortín que había servido en la colonia como prisión, en la dictadura de Fulgencio Batista como cárcel del Estado y en el régimen de Fidel Castro como la isla para los disidentes y homosexuales. Entre 1974 y 1976 vivió las penurias de la culpa y sintió, incluso al salir, la tristeza de su identidad por los embates constantes de los represores. Sus escritos eran realizados en pequeñas hojas de papel con una punta diminuta de grafito y salían de los barrotes, como prófugos, en el intestino de un visitante. 

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“Luego que yo cumplo aquella sentencia viene lo que ellos llaman ‘programa de rehabilitación’: uno tiene que decir que se retracta de la vida que ha tenido antes, uno no hará otra cosa en contra del sistema, hasta sexualmente uno se ha ‘reeducado’. A mí me llevaron a trabajar como albañil en una serie de edificios para los técnicos soviéticos”, dijo.

Reinaldo Arenas, un testimonio sobre las crudezas de la dictadura cubana

Antes que anochezca narra la vida de Arenas y muestra al lector, más allá de una historia desengañada y dolorosa, las potencialidades del lenguaje carnavalesco (un elemento para el estudio literario, en el cual la obra representa una nueva configuración de lo entendido en la realidad), de acuerdo a la teoría de Mijaíl Bajtín, para desestructurar el poder simbólico del Estado. En un ensayo de Osdany Morales en la revista Rialta se establece el uso de la lengua oficial, abarrotada de hipérboles, epítetos y adjetivos, por parte de Arenas como un juego de deconstrucción. La gracia del lenguaje permite que un niño, sentado en un pupitre escolar y obligado a leer un poema en clamor de la patria, cambie una palabra para hacer de la epopeya nacional un chiste. 

Cuando yo salgo de la cárcel era el momento en el que era más conocido en el extranjero, se traducen mis libros a más de 10 idiomas, y es el mismo momento en el que yo soy en Cuba una no-persona. No tengo una máquina de escribir ni un cuarto; vivo como un vagabundo viviendo en distintas casas. En ese momento yo paso a encarnar un típico personaje de Orwell”, comentó.

Al salir de la cárcel, Reinaldo Arenas intentó escapar de Cuba, pero no tuvo éxito hasta 1980, cuando Fidel Castro autorizó el éxodo de las personas indeseadas por el régimen, como los disidentes políticos y los homosexuales. Su encuentro con el exilio fue, por lo menos, indiferente. La vida como era entendida para Arenas era reconocible en la isla y nunca logró una adaptación al estilo estadounidense. 

El exilio, una herida abierta y a la intemperie 

“Soy uno de los tantos que ha aprovechado esta oportunidad o desastre para llegar aquí. En realidad, la sensación que yo siento no es de triunfo ni de una gran alegría, sino de paz por estar vivo y haber salido de allí. Pero es la misma sensación que puede sentir una persona que sale de la casa cuando se está quemando. La casa se quemó y yo me salvé la vida. Pero la casa se quemó”, dijo en su llegada a Estados Unidos. 

En este lugar, aunque podría reconocerse una sensación de paz, existía la pesadez de la no-pertenencia. Es decir, Reinaldo Arenas fue incisivo para demostrar que su deseo principal no era vivir exiliado en Estados Unidos, sino, quizá, volver al tiempo de algarabía en las playas de La Habana y a los relatos del campo cubano. 

Reinaldo Arenas

En su primera residencia en el estado de Florida se encontró con el conservadurismo de la disidencia política cubana. Entonces, era perseguido por todos lados y nunca, aunque lo intentó, logró establecerse en Miami. Luego, en Nueva York, en 1987, fue diagnosticado con el virus de VIH. En sus últimos años escribió como si la vida dependiera de ello  y logró concluir su pentagonía, su autobiografía y otros textos. 

Yo aquí no tengo ninguna nacionalidad. En Cuba era una no-persona, no existía, no tenía trabajo, solo un carnet blanco. Y aquí no existo, estoy en el aire y no tengo ningún país”. La obra de Reinaldo Arenas comprende más de 20 novelas, algunos poemarios y obras de teatros y, además, es considerado, junto a Severo Sarduy, uno de los continuadores del neobarroquismo cubano iniciado por José Lezama Lima.

En 1990, después de resistir la neumonía, herpes, infecciones micobacterianas, linfomas, síndrome consultivo del sida, histoplasmosis, isosporosis, bronquitis, esofagitis y sarcoma de Kaposi, logró terminar su última novela titulada El color del verano. La pentagonía de la realidad cubana estaba terminada y Arenas, ante su eterno sufrimiento y desvarío identitario, al no ser en su isla, tampoco en el exilio y mucho menos ante la revolución, decidió terminar con su vida en un pequeño apartamento de Hell’s Kitchen en Nueva York. 

“Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy”, concluyó en su carta de despedida. 

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