Una de las más relevantes contribuciones de fecha reciente al debate académico sobre los fenómenos de la violencia es un libro de Mary Kaldor titulado Las nuevas guerras. La violencia organizada en la era global. Este libro es muy citado precisamente porque ofrece un marco conceptual comprensible para entender los nuevos fenómenos de violencia organizada, en el mundo que se podrían denominar “las nuevas guerras”.
La autora parte de la hipótesis de que durante los años ochenta y noventa “se ha desarrollado, sobre todo en África y Europa del este, un nuevo tipo de violencia organizada, propio de la actual era de la globalización.” La globalización es para esta autora “un proceso complejo, que en la realidad supone globalización y localización, integración y fragmentación, homogeneización y diferenciación, etcétera”, pero que de todas maneras supone la integración de una minoría y la exclusión y atomización de la misma. Cómo el monopolio de la fuerza y la recaudación de los recursos se convierten en “Estados fracasados” los cuales entran en un proceso de descomposición múltiple que desemboca en estas nuevas guerras.
En realidad podría decirse que las nuevas guerras forman parte de un proceso que es, más o menos, el inverso de los procesos por los que evolucionaron los Estados modernos. La autora indica que “las nuevas guerras surgen en situaciones en las que los ingresos del Estado disminuyen por el declive de la economía y la expansión del delito, la corrupción y la ineficacia. La violencia está cada vez más privatizada, como consecuencia del creciente crimen organizado y la aparición de grupos paramilitares, neo paramilitares y bandas organizadas mientras la legitimidad política va desapareciendo”.
En consecuencia, podemos inferir que el concepto básico y común más estricto de la guerra está mutando. Las nuevas guerras son diferentes a los conflictos armados de otras épocas en cuanto que suponen la privatización y fragmentación de la política, de la propia guerra cuerpo a cuerpo y de la economía que la sostiene.
La política subyacente en todo fenómeno de la guerra es lo que Kaldor denomina “políticas de identidades”, definida como “reivindicaciones del poder basada en una identidad concreta, sea nacional, de clan, religiosa o lingüística” que son proyectos políticos que; – “aprovechan el fracaso de o la corrosión de otras fuentes de legitimidad política: el desprestigio que los socialistas pregonan sobre el socialismo, o a la inversa o la retórica de la primera generación de dirigentes neo-poscoloniales, es decir basados en el eufemismo de que aun los pueblos no han superado la era colonial y los mismos se encuentran dominados como colonias imperialistas. Tales proyectos retrógrados surgen en el vacío creado por la ausencia de proyectos. A diferencia de la política de las ideas que están abiertas a todos y, por tanto, tiende a ser integradora, este tipo de política de identidades es intrínsecamente excluyente y, por tanto, tiende a la fragmentación”.
Estos son proyectos hechos posibles por la desintegración de las capacidades del Estado en materia de seguridad; una vez comenzado este proceso lleva a la privatización de la fuerza armada en sus múltiples modalidades, tal y como lo observamos en el caso venezolano, donde vemos ejércitos más o menos regulares, paramilitares, autodefensas y grupos de mercenarios extranjeros.
Estos son actores que dejan de responder a una dirección política (verticalmente) superior y que comienzan a perseguir sus propias lógicas políticas y territoriales o que comúnmente corresponden prioritariamente a racionalidades económicas delincuenciales, que sin duda alguna se alejan de la visión de un statu quo.
La realidad es que no son más que saqueadores que parecen ser ejércitos, pero que en la realidad se manifiestan como un conjunto de unidades escondidas de las fuerzas armadas regulares que actúan de manera irregular, milicias y guerrillas locales, paramilitares, bandas criminales, grupos de fanáticos.
Todo esto en un Estado que ha perdido todo viso de legalidad y constitucionalidad, han negociado asociaciones, con los usurpadores, para generar proyectos comunes, divisiones de trabajo y repartos de los despojos, con una visión puramente económica y personalista. Muchísimo es el trabajo y la reconstrucción no solamente económica, sino moral, que nuestra amada Venezuela necesita. También, sin dudarlo, podemos inferir que estamos en un conflicto armado interno y externo de carácter no convencional.
Amanecerá y veremos…