- Edward, un hincha del Caracas y de Venezuela, superó distintos obstáculos para volver a ver a su selección. Pese al resultado en contra, le quedaron recuerdos que atesorará para siempre. Foto: EFE
El fútbol se alimenta de la pasión. Visto y vivido de esa manera es capaz de sobreponerse a cualquier cosa. Da igual si el rival de turno va más adelante en la tabla o tiene jugadores más reconocidos, o si el día de partido cae una tormenta o hace un frío invernal. Lo de la vida por los colores, frase célebre omnipresente en todos los estadios del mundo, en equipos de primera o distrital, profesionales o amateurs por igual, explícita en pocas palabras lo que sintieron los venezolanos que acompañaron a la Vinotinto en ciudades como Montevideo, Santiago o Lima. Allá por donde fue, la selección nunca caminó sola.
En Buenos Aires estaba preparada una fiesta litúrgica para Lionel Messi. No se sabía en la previa ni se puede confirmar por el momento si este partido frente a Venezuela en La Bombonera, mítico templo de Boca Juniors, habrá sido la última oportunidad para haberlo visto en su país en competición oficial con la casaca albiceleste. Entre eso y que los vigentes campeones de la Copa América encadenan 30 partidos sin perder —la mejor racha en el mundo, y a una victoria de igualar su marca histórica—, intimidarían a cualquiera a interponerse en el camino.
Con la Vinotinto, que venía de perder en todas sus presentaciones en las Eliminatorias rumbo a Catar 2022, no fue el caso. Lo dicho: el hincha no entiende de “lógicas”. Lo único y verdaderamente importante es estar ahí, aunque haya que sortear obstáculos.
Conseguir entradas era prácticamente cuestión de suerte, pues había que comprarlas a través de Internet, en una cola virtual con una cantidad de solicitantes que superaba, por lejos, a las 50.000 personas de capacidad de La Bombonera. En caso de pasar ese filtro, los precios oscilaban entre 3.900 y 14.500 pesos, o lo que era lo mismo, entre 17 y 72 dólares al cambio paralelo. Así, podía suceder que aun con ganas y dinero no bastara para estar. Otro factor a tomar en cuenta era que la logística no había destinado una bandeja para público visitante, por lo que los venezolanos no estarían todos juntos sino dispersados. Llevar banderas o camisetas, por ende, no era muy recomendado, si bien no estaba expresamente prohibido.
Todo junto no sirvió para ahuyentar a cientos de venezolanos que acudieron a ver a la Vinotinto y a Messi, en ese orden, no a la inversa, como ocurría en el siglo XX.
“Lo que quería era ver a mi selección. Claro que también a Messi. Sabía que era muy difícil ganarle a la que creo que es la segunda mejor de América, pero uno siempre tiene ilusión y quiere que su equipo gane”, contó Edward, un hincha venezolano, en entrevista para El Diario apenas horas después del encuentro.
Tiene 23 años de edad y vive en la Ciudad de Buenos Aires desde mayo de 2018. Atrás dejó su natal Caracas, donde se crió y conoció dos de los amores más importantes de su vida, los cuales considera le dan sentido a su vida: Caracas FC y la Vinotinto.
Hijo del boom Vinotinto
En Venezuela el béisbol está consagrado como parte de la cultura popular. Es la disciplina donde más deportistas venezolanos han brillado al más alto nivel, al punto de que son referencia obligada en las Grandes Ligas.
Y en octubre, cuando arranca la temporada local, nunca falta quien luzca una camiseta de equipos como Leones del Caracas o Navegantes del Magallanes en las calles, así como algún televisor con un partido, o las familias y grupos de amigos que se organizan para asistir al estadio.
El fútbol, a diferencia de Argentina y el resto de Suramérica, está a la sombra. O al menos así era en el siglo XX, cuando contadas excepciones como Deportivo Táchira, Estudiantes de Mérida o Portuguesa FC competían contra equipos de colonias españolas, portuguesas e italianas sin un arraigo popular comparable al de otras latitudes.
El quiebre en la historia no se dio hasta principios de la década de los 2000, cuando Richard Páez en el banquillo y jugadores como Juan Arango, José Manuel Rey o Luis “Pájaro” Vera comenzaron a dar de qué hablar gracias a triunfos sonados contra selecciones como Colombia, Chile, Perú, Paraguay o la goleada por 0-3 a Uruguay conocida como El Centenariazo.
A partir de entonces, el público comenzó a fijarse en el fútbol. En los niños de la época se logró el hito de que crecieran fijándose en el balón como amuleto principal en lugar del béisbol.
“Tenía como seis años. Era niño pero tenía noción. Me gustaba mucho cómo jugaba Leopoldo ‘Paragua’ Jiménez. Una vez me regalaron una camiseta. Yo quería la suya pero me dieron la de Arango, que era más sencilla de conseguir”, rememoró Edward sobre uno de sus primeros acercamientos a la selección.
La pasión fue en aumento luego de que su abuelo, dos años después de que le dieran aquél regalo, lo llevara en mayo de 2007 al estadio Brigido Iriarte, para la final entre Caracas FC y Unión Atlético Maracaibo (UAM). Esa tarde el Rojo salió campeón, bordando la que entonces fue su novena estrella.
En retrospectiva considera que ayudó el hecho de que vivieran cerca, pues eran vecinos de la parroquia de Antímano, mientras que el estadio se ubica en El Paraíso, ambas localidades al oeste de la capital.
Estrellas como insignia de gloria
Hasta el año 2019, en el fútbol venezolano se disputaba primero un torneo Apertura y luego otro Clausura. Los campeones de ambos certámenes se enfrentaban en una final absoluta y el ganador, además de recibir un trofeo, bordaba una estrella en su escudo.nnCaracas, con 12, es el que más ganó en Venezuela.nnUnión Atlético Maracaibo, campeón de la estrella en la campaña 2004/2005, desapareció en 2011 por problemas financieros. n
“No conocía ni sabía que había fútbol nacional, con equipos de un mismo país que se enfrentaban entre sí. En el momento me pareció muy entretenido (sic) y aunque era chamito, lo recuerdo mucho”.
Una vida en torno al fútbol
Luego de haber probado la gloria y ser testigo del carnaval en las gradas, pasó un tiempo para que lo volvieran a llevar a la cancha. Mientras, seguía los partidos por televisión, en canales que paulatinamente aumentaban sus espectadores cada fin de semana por un hábito que iba forjándose, como en Edward, en miles de personas por todo el país, con la Vinotinto y sus clubes locales.
Cuando no transmitían al Rojo, pues no toda la jornada salía al aire como sucede hoy en día, trataba de mantenerse al corriente por los periódicos.
A finales de 2011, ahora con su padre, y de nuevo con su hermana, visitaron el Olímpico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde Caracas mudó sus partidos como local. A la par que Edward crecía, lo hacía el fútbol venezolano y la Vinotinto, que ese año llegó por primera y única vez en su historia a semifinales de la Copa América.
“Fue amor otra vez por el Caracas, pero ahora más enganchado. El equipo estaba afianzándose, había un ambiente muy bonito, muy futbolero, que me atrapó. También la barra, que siempre alienta con su carnaval”, recordó.
Desde entonces comenzó a asistir a cada partido, sin importar si se jugaba domingo o miércoles, por torneo local o Copa Libertadores. Con él, otros amigos, y junto a ellos, gente a la que conocieron en las gradas y con las que compartían la pasión por los colores. Y los viajes cuando juegan como visitante, pues se incorporaron a uno de los tantos grupos de hinchas que se organizan para seguir al Rojo adonde vaya, en lo que ellos mismos definen como “adictos a la carretera”.
“Ir, alentar, estar, se volvió una necesidad. Quieres estar siempre”, reconoció.
A la selección de Venezuela la vio por primera vez in situ en la ciudad de Mérida en septiembre de 2016, casualmente frente a Argentina. El encuentro arrancó con pinta de batacazo histórico, con una Vinotinto que llegó a tener una ventaja de 2-0 en el marcador, con un zurdazo al ángulo de Juan Pablo Añor que quedó como uno de los más bonitos que se recuerden en Eliminatorias.
Reaccionó la albiceleste, que finalmente empató 2-2 con un tanto al minuto 83, al filo del final.
Messi no estuvo en la cancha ni fue convocado, pues se había retirado al considerar que “no se le daba” jugar con su selección.
“Aislados” de la gente
La delegación de Venezuela se instaló en la localidad de Pilar, en la provincia de Buenos Aires, a casi 60 kilómetros de Capital Federal. Predominó el hermetismo, sin que casi no pudieran acercarse los hinchas venezolanos para alentarlos o sacarse fotografías.nnEn Perú y Chile hubo caravanas, mientras que en Uruguay se les hizo un banderazo a las afueras del hotel de concentración.n
Desde que reside en el país de La Pulga, la devoción de Edward por el fútbol no ha hecho más que incrementarse. Al Caracas lo vio en dos ocasiones, una en Uruguay por un partido contra Liverpool por Copa Sudamericana, otra en Paraguay ante Libertad por Copa Libertadores. Y ahora, con la Vinotinto, no hizo más que sumar buenos recuerdos pese a la derrota por 3-0 que sufrió Venezuela.
En sus planes para el futuro cercano, se alista para volver a ver a Caracas frente a Libertad en Paraguay, que se verán las caras el 13 de abril en Libertadores. Con respecto a la selección, mantiene la esperanza con el proyecto que lidera Pekerman.
“Es un proceso largo que recién comienza. Hay buenos jugadores. Hace falta que los que tienen calidad, como Rómulo Otero, Yeferson Soteldo o Jefferson Savarino estén siempre al 100 %. Ves a Argentina y todos son buenos, se mueven, tocan la pelota. Para ir al Mundial todos los nuestros tienen que estar siempre a tope para marcar la diferencia y Pekerman, con su experiencia, sabe sobre eso”, proyectó.
Para él no importa cuántos años pasen, siempre que pueda, estará junto a sus equipos. Y como Edward, otros miles de venezolanos esparcidos en distintos países, que si tienen la oportunidad, se harán sentir con sus colores y su bandera.
– Edward pidió mantener su apellido en reserva por temor a represalias.