- En 1986, una nube radioactiva proveniente de la Unión Soviética sembró pánico en el mundo. La explosión del reactor nuclear trajo consigo consecuencias más allá de su zona de exclusión, afectando a otros países incluso de otros continentes
Desde la ventana de sus casas, varios habitantes de la ciudad de Prípiat, Ucrania, vieron una enorme columna de fuego y humo alzarse en el horizonte la madrugada del 26 de abril de 1986. Algunos teléfonos comenzaron a sonar y los más curiosos salieron a ver con más detalle el incendio que provenía de la la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, en Chernóbil, a casi 3 kilómetros de allí. Sin embargo, la mayoría de las personas dormían tranquilas.
No se imaginaban que ante ellos se desarrollaba uno de los desastres medioambientales más grandes de la historia humana. La exposición del núcleo del reactor con la explosión liberó en la atmósfera residuos altamente radioactivos, que luego se precipitaron contaminando todo a un radio de 155 mil kilómetros cuadrados. Los trabajadores de la planta, bomberos, y policías que acudieron a atender la emergencia entraron a un infierno nuclear del que pocos lograrían recuperarse.
En ese entonces Ucrania pertenecía a la Unión Soviética (URSS), cuyo gobierno intentó ocultar en un principio el incidente. Sin embargo, Chernóbil había liberado una cantidad de radiación 200 veces mayor a las explosiones atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (Japón, 1945), y el viento esparció todas esas partículas alrededor del continente. Cuando los detectores en Suecia alertaron sobre niveles anómalos de radiación en el aire, fue cuando la URSS reconoció su responsabilidad.
Las autoridades soviéticas reconocieron 31 muertos en las horas posteriores a la explosión. 27 de ellas de los primeros bomberos y rescatistas que se expusieron, sin ningún tipo de protección, a dosis letales de radiación que de inmediato les produjeron quemaduras en la piel y daños en múltiples órganos. Otras miles de personas padecieron cáncer y otras enfermedades en los años siguientes, tanto en Prípiat como en otras ciudades, además de los soldados y trabajadores reclutados para sellar el reactor y evitar mayores fugas.
La ciudad de las rosas
A pesar de su nombre, la central nuclear estaba a 18 kilómetros de la ciudad de Chernóbil, la cual actualmente sigue escasamente habitada y con una relativa normalidad. No ocurrió lo mismo con Prípiat, que debió ser desalojada por completo. El Ejército soviético inició la evacuación 36 horas después del accidente, y sus habitantes apenas contaron con pocas horas para empacar lo esencial y abandonar para siempre sus pertenencias, hogares, e incluso mascotas, las cuales no permitieron llevar por la contaminación en sus pelajes.
De golpe, más de 50 mil personas abandonaron la tranquilidad de sus vidas, en una ciudad que en su momento era el vivo ejemplo de la utopía socialista que prometía la URSS. Prípiat se fundó el 4 de febrero de 1970 precisamente como zona residencial para los trabajadores de la central Vladímir I. Lenin. La ciudad fue construida prácticamente desde cero al margen del río que le dio nombre, y se dotó de todos los servicios posibles: cine, hotel, un centro cultural, biblioteca, restaurantes, una escuela de artes y un parque de diversiones.
A pesar de que un inicio la Academia de Ciencias de Ucrania advirtió sobre los riesgos de construir la ciudad tan cerca de la planta nuclear, para entonces el programa de energía atómica soviética era uno de los más modernos del mundo, por lo que la URSS más bien la promocionó como un lugar seguro, abierto a visitantes a diferencia de otras instalaciones de su tipo en zonas militarizadas.
Como parte de su atractivo, poco después de su fundación, las autoridades locales acordaron plantar un arbusto de rosas por cada habitante, que para sus primeros años eran 10 mil. En una década quintuplicó su población, siendo considerada incluso por Occidente como una de las mejores ciudades para vivir en todo el bloque comunista. Una con más de 50 mil rosales repartidos en las jardineras de sus escuelas, tiendas, avenidas y conjuntos residenciales.
La peor parte
El accidente ocurrió a 17 kilómetros de la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, para entonces ambas partes de la URSS. Aunque la prensa y cultura popular se han enfocado en el área de exclusión de 30 kilómetros que hasta hoy se mantiene en Prípiat y la central como un imaginario de ruinas radiactivas, lo cierto es que este lugar, pese a ser el epicentro, no fue el más afectado por el desastre.
Basta con preguntarse hacia dónde apuntaba el viento ese día. La periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexievich plasmó en Voces de Chernóbil, probablemente su libro más famoso, las consecuencias que tuvo el incidente nuclear en Bielorrusia, que recibió hasta el 70 % de los radionucleidos que se liberaron en la atmósfera esa noche. Y también relató cómo su gobierno por décadas ocultó la magnitud de la contaminación que para su fecha de publicación en 1997 afectaba al 23 % de las tierras del país.
Ya para el 26 de abril de 1986, horas después de la explosión, se registraron altos niveles de radiación en el aire de Polonia, Alemania, Austria y Rumania. Cuatro días después, las nubes radioactivas habían llegado a Suiza, Francia y el norte de Italia, y para el 3 de mayo, los medidores se disparaban en países como Turquía e Israel, e incluso después en China, Canadá y Estados Unidos. Al cabo de unas semanas en las que se recomendó a la gente evitar salir de sus casas y usar cubrebocas, los niveles se dispersaron. Sin embargo, en Bielorrusia se quedaron como parte de la vida diaria.
La también ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015 indicó que en los años siguientes a la explosión más de 485 aldeas y pueblos, la mayoría altamente rurales, desaparecieron por las secuelas que dejó la radiación en sus cosechas y la salud de sus habitantes. Afirmó que antes de Chernóbil, la incidencia de enfermedades oncológicas en el país era de 82 casos por cada 100 mil habitantes. Para 1997, era de 6 mil casos por cada 100 mil, además de incrementos en otro tipo de disfunciones neuropsicológicas, deficiencias mentales y mutaciones genéticas.
Esto además de una caída en la natalidad del país, cuya tasa de fertilidad sigue siendo al día de hoy una de las más bajas de Europa. Alexievich atribuye esto al aumento de los embarazos de alto riesgo, con malformaciones y mutaciones provocadas por los niveles de radiación en la población.
Leche radioactiva
Un episodio bastante curioso derivado de la tragedia de Chernóbil tuvo consecuencias insólitas del otro lado del océano Atlántico, específicamente en México. Desde la década de los sesenta el país tenía con Irlanda un convenio de importación de leche, que involucraba a la Irish Dairy Board (IDB) y a la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo).
En 1986, la nube de radioactividad que dejó Chernóbil afectó campos y ganado en toda Europa, y sobre todo en Irlanda. Sin embargo, a pesar de estar en conocimiento de esta situación, la IDB decidió ignorar las normativas de seguridad alimentaria internacionales y trató de vender 40 mil toneladas de leche contaminada para evitar pérdidas. Primero probó con Brasil, pero este país la rechazó tras una alerta de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Entonces acordaron venderla a México, que importó el producto de forma restituida entre 1986 y 1987. Pese a que la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardas (Conasenusa) confirmó la presencia de partículas de Cesio-137 en la leche, Conasupo omitió las advertencias y continuó con su distribución. Incluso, ya en medio del escándalo, el gobierno aprobó “diluir” la leche contaminada con leche en buen estado, pero sin sacarla en ningún momento de comercialización.
La revista Proceso hizo público el caso en 1988, luego de obtener reportes de tres casos de cáncer infantil relacionados a la leche. De acuerdo con el Departamento de Oncología del Instituto Nacional de Pediatría (INP), los casos de cáncer infantil en México aumentaron un 300 % entre 1987 y 1997, de los cuales buena parte se atribuye al incidente de la leche contaminada. De los 900 casos anuales reportados, 30 % terminó en la muerte del infante.
En 1995 una comisión parlamentaria del Congreso investigó el caso y concluyó que Conasupo incurrió en negligencia y desfalco de fondos públicos. No obstante, por presiones políticas no hubo condena penal para los responsables. Tampoco se investigó a las empresas privadas que vendieron productos lácteos derivados de la leche contaminada irlandesa, a pesar de que Proceso publicó una lista en la que se apuntaba a grandes trasnacionales y productoras mexicanas.